Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Develando el holograma del poder

Introducción

En el número 7 de Rebeldía, el Subcomandante Insurgente Marcos publicó un artículo titulado: “El mundo: siete pensamientos en mayo de 2003”. En la introducción del mismo se plantea que esta contribución representa una aportación del zapatismo a la elaboración de una agenda de discusión, que no de puntos de acuerdo. Esta contribución reafirma la visión que varios hemos planteado de que desde el inicio de la insurrección zapatista del 1 de enero de 1994 se vive un proceso de reanimamiento de un debate indispensable para el desarrollo de un pensamiento emancipador. Esto se debe no únicamente a que la insurrección estalla en el momento en que los teóricos del capitalismo mundial cantaban las glorias al fin de las teorías revolucionarias o rebeldes sino a algo aún más significativo: ese avance del pensamiento de la derecha no era producto principalmente de su fuerza sino del callejón sin salida al que había llegado el pensamiento de la izquierda. El zapatismo abrió una brecha, por la cual se generó un proceso de reorganización del movimiento social y, en función de lo anterior, una discusión teórica plural. Aunque es necesario señalar que ésta avanza más lentamente que el primero. En ese marco, el texto arriba citado permite ubicar algunos puntos centrales de discusión. Muy probablemente no sean los únicos, ni forzosamente se tendrá que estar de acuerdo con lo que en ellos se expresa, pero su importancia es innegable. Por eso y para provocar una discusión mayor es que comento el tema 2 de ese documento: “El Estado nacional y la polis”. 1. “En el agónico calendario de los Estados nacionales, la clase política era quien tenía el poder de decisión. Un poder que sí tomaba en cuenta al poder económico, al ideológico, al social, pero mantenía una autonomía relativa respecto a ellos […] Balance de administración, política y represión, una democracia avanzada. Mucha política, poca administración y represión encubierta un régimen populista. Mucha represión y nada de política y administración, una dictadura militar”. La vieja clase política, que actuaba en los marcos de los Estados nacionales, tenía el poder de decisión sobre una serie de elementos fundamentales de la vida nacional. Su poder contaba con algunos márgenes de autonomía relativa que le permitían “ver más allá”. Aquí nos encontramos con la descripción de cómo funcionaba en la prehistoria (el siglo XX) el poder político. Los políticos profesionales de esa época se veían a sí mismos y eran vistos por la sociedad como estadistas, capaces de unir a la nación por objetivos determinados. Esto no les otorga ningún tipo de simpatía. La descripción no implica aval. Más aún. La dificultad para enfrentar ese tipo de poder político era mayúscula, en tanto ese poder contaba con bases de legitimidad y de consenso muy fuertes, lo mismo que la utilización de mecanismos de coerción cuando el consenso se fracturaba. La política era entendida como un arte, el arte de engañar, esconder, hacer pasar gato por liebre. Los estadistas eran auténticos magos que llevaban a cabo actos de prestidigitación, ante los ojos atónitos de la ciudadanía. Y cuando esos actos no funcionaban tenían la posibilidad de utilizar la represión para retomar el camino anterior. Atrás se contaba con una forma de organización de la vida económica, social y política que le daba sustento a ese tipo de poder. Indudablemente, ese poder estaba diseñado para garantizar la propiedad privada, las ganancias privadas y los niveles de explotación y opresión; lo que sucedía era que la forma para garantizar dicho dominio estaba íntimamente relacionada con la idea de presentarse frente a los ciudadanos como neutrales o simples árbitros entre los conflictos sociales. Existe una relación estrecha entre el fordismo productivo, el Estado benefactor, el incremento del consumo de los trabajadores y la existencia de una clase política que ubica su espacio de desarrollo en función de las fronteras nacionales. Esa clase política es hoy pieza de museo, su transformación ha sido paralela al proceso de reorganización productiva, a la eliminación del Estado benefactor y a la crisis del consumismo de los trabajadores. Pero, desde luego, también esa clase política, lo mismo que todos los otros factores que hemos descrito, tenía como objetivo frenar los procesos revolucionarios que se habían venido desarrollando como consecuencia del triunfo de la revolución Rusa. 2. “La globalización, es decir la mundialización del mundo […] encontró medios y condiciones para destruir las trabas que le impedían cumplir con su vocación: conquistar con su lógica todo el planeta”. La globalización significa, entonces, antes que nada, la política seguida por el poder para romper con una serie de viejos paradigmas, con el objetivo de que los señores del dinero no tan sólo reinen sino que también gobiernen. La idea que estaba atrás era que los viejos Estados-Nacionales y la vieja clase política habían cumplido su papel y que ahora, libres de la amenaza de la revolución socialista, lo que seguía era conquistar el planeta pasando por destruir las trabas que el viejo Estado-Nacional le imponía, o para ser más preciso, resolviendo la antinomia fundamental con la que ha sobrevivido el capitalismo, desde su origen: ser el primer sistema de producción que tiene como esencia la conformación de un sistema-mundo (internacionalización del capital) y tener que construir Estados nacionales como la herramienta esencial para su conformación, dominio y hegemonía. Ese proceso de globalización ha significado, en la práctica, la rendición del viejo Estado-Nacional, en todos los terrenos: político, militar, ideológico y económico. El neoliberalismo ha pasado sobre el Estado nacional de la misma manera que pasa el conquistador por las tierras conquistadas, pisando todo lo que encuentra a su paso. Esto ha generado dos dinámicas: la de los enamorados de este impresionante viento, que en la práctica significa la nueva modernidad, y la de los despechados y nostálgicos del pasado. Entre los primeros están los que sin quererlo o queriéndolo, al narrar la gesta de conquista del neoliberalismo, elaboran una oda a un proceso que ha significado ya millones de asesinados, millones de muertos de hambre, millones de enfermos de las nuevas epidemias, etcétera. Y, por otro lado, los que aferrados a los viejos esquemas de pensamiento, añoran al viejo Estado Nacional (normalmente estamos hablando de un sector importante de pensadores de izquierda), en tanto éste les daba la seguridad y la certeza sobre el quehacer político, su internacionalismo llegaba hasta sus fronteras nacionales y a lo más que se podía llegar era a mantener una política de solidaridad. La IV Guerra Mundial se manifiesta como una confrontación entre la globalización y los Estados Nacionales. Los casos de las guerras de los Balcanes, de Afganistán y de Irak no son sino el inicio de ese proceso. Los Estados Nacionales más débiles por su conformación original son simples observadores de esta dinámica, mientras que los Estados Nacionales más fuertes, a pesar de sus molestias, no son otra cosa que clientes respondones de la globalización. 3. “El nuevo orden mundial sigue siendo un objetivo en el orden de batalla del dinero, pero en el campo yace ya, agonizando y esperando la llegada de auxilio, el Estado Nacional”. Al otro día de la caída del muro de Berlín y, desde luego, inmediatamente después de la caída de la Unión Soviética, George Bush padre decretó el inicio de un nuevo orden mundial. Sin embargo estaba claro quién era el derrotado pero no quién era el triunfador. El viejo orden mundial (el bipolar) había generado una inercia que permitía la estabilidad. La competencia intercapitalista desde luego existía, pero de alguna manera estaba subordinada a la lógica de la confrontación bipolar. El mejor símbolo de lo anterior era la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Desde luego, a Francia o a Alemania no les gustaba mucho depender en el terreno militar de Estados Unidos pero no tenían otra opción, tanto por la situación en la que quedaron después de la segunda guerra mundial como por el profundo temor que les creaba la existencia de la Unión Soviética. Los gobiernos capitalistas trabajaron duro para el rompimiento de ese viejo orden, pero no estaban del todo preparados para gestionar sin problemas el surgimiento de un nuevo orden. Eliminado el enemigo (el otro) que los unía, ahora se desataban todas las fuerzas internas dando paso a una feroz competencia, con el debilitamiento extremo de los Estados nacionales. La vieja clase política es así sustituida por lo que el Subcomandante Insurgente Marcos llama la “sociedad del poder”. Ésta “no sólo detenta el poder económico y no sólo en una nación” sino que actúa más allá de una nación y más allá del poder económico. Es decir, busca sustituir al viejo Estado Nacional y su poder rebasa el meramente económico por medio del control de los organismos financieros internacionales, mecanismo ideal para controlar países enteros, medios de comunicación, centros educativos, etc. En especial los organismos financieros internacionales han jugado un papel clave en el estallido de crisis sumamente graves. En el caso de los Estados Nacionales latinoamericanos esto fue preparado desde la década de los años ochenta. La crisis de la deuda permitió conseguir una injerencia más significativa y menos costosa que las intervenciones militares del pasado o que el financiamiento de los golpes militares. Todos los países latinoamericanos fueron cediendo espacios fundamentales de soberanía al aceptar las cartas de intención elaboradas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM), al establecer los planes de ajuste, al autonomizar los bancos centrales, al aceptar el remate de sus bienes nacionales, etcétera. En el campo de una batalla nunca declarada quedó el viejo populismo nacionalista latinoamericano, la vieja concepción de una izquierda nacionalista que pensaba que el socialismo solamente se podía realizar aliándose con la burguesía nacional. Ambas corrientes cayeron en la dialéctica de aceptar un poco para ir aceptando todo poco a poco. Un viejo partido nacionalista o una corriente de izquierda tradicional pueden llegar al gobierno de su país, pero su espacio y su tiempo están determinados por la incapacidad que demostraron frente al viento arrasador del neoliberalismo. Y, al revés, a la “sociedad del poder” le importa poco quién gobierna (la derecha o la izquierda), lo que le importa es que siendo una u otra, no se salgan del script diseñado por ella sobre cuál es su papel en la nueva división internacional del trabajo. Hace años, si un partido de izquierda ganaba las elecciones y asumía un gobierno, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos inmediatamente comenzaba su trabajo de desestabilización. Hoy, si no se sale de los marcos prefijados, es mejor recibirlo en la Casa Blanca, invitarlo a los foros internacionales de los hombres del dinero (posiblemente Davos sea la capital de la “sociedad del poder”) e incluso señalarlo como uno de sus mejores alumnos. 4. “La “sociedad del poder” desea un Estado Mundial con un gobierno supranacional, pero no trabaja en su construcción”. Desde luego, desde hace muchos años, los ideólogos de la globalización neoliberal saben que la única manera para resolver la antinomia que marca al capitalismo desde el inicio es construir un Estado supranacional, pero ese conocimiento no sirve de nada; en dado caso permite la creación de fuegos artificiales que buscan nublar la capacidad de análisis. El Estado supranacional no existe y ni siquiera lo podemos encontrar en el orden del día de la “sociedad del poder”. Representa una borrachera para los señores del dinero, se habla mucho de él en las fiestas pero una vez que la borrachera pasa se elude el tema, incluso se tiene cierta vergüenza de lo que irresponsablemente se llegó a decir. La cuestión es que no se da ese paso pero en cambio se han dinamitado las bases de sustentación del Estado nacional. El viejo orden ya no existe, pero en su lugar no se ha construido un nuevo orden; más claro aún, el viejo orden de los Estados nacionales ya no existe pero el orden del Estado supranacional no existe y más aún no se trabaja en su construcción. Eso permite la existencia de una fase mórbida en que algunas veces se busca refugio tímidamente en el cascarón de los viejos Estados nacionales y eso es inmediatamente interpretado por sus añoradores como un signo inequívoco de que el viejo orden se mantiene. En realidad se trata más de un wishful thinking que los viste de cuerpo entero. La reciente guerra en contra de Irak evidenció estos dos procesos: por un lado, los Estados nacionales se mostraron completamente ineficaces para enfrentar la situación a partir de las viejas herramientas heredadas del viejo orden mundial; en especial la Organización de las Naciones Unidas (la organización de los Estados nacionales) fue totalmente inoperante e ineficaz. Por otro lado, la inexistencia de un Estado supranacional permitió que esa guerra provocara una fractura en la misma “sociedad del poder”, en tanto los roles económicos a jugar no están ya definidos y sobre todo no son definitivos. Más aún, cada quien se vio obligado a recurrir a sus cascarones para buscar una renegociación en la repartición de la riqueza de los nuevos territorios a conquistar. Y, en este nivel, el problema de los energéticos es clave. Pero, más allá, la carencia de una nueva estabilidad permite que la hegemonía económica siga en disputa. La cuestión es que el desequilibrio militar está siendo utilizado por los señores del dinero de Estados Unidos y sus aliados europeos para controlar los recursos estratégicos en una fase del capitalismo donde el control de esos recursos cobra una importancia más grande que nunca. La inexistencia del Estado supranacional permite que la competencia intercapitalista no tan sólo se mantenga sino que se haga más virulenta que nunca. 5. “El Estado Nacional de la sociedad del poder sólo aparenta un vigor que mucho tiene de esquizofrenia. Un holograma, eso es el Estado Nación en las metrópolis”. Si como algunos suponen, el debilitamiento y la crisis de los Estados nacionales son fenómenos que se reducen a los países del llamado tercer mundo, mientras que en las metrópolis lo que se vive es un fortalecimiento y más aún una extensión de los Estados nación, entonces es difícil de entender lo que sucedió con Francia, Alemania, Rusia, Bélgica, etcétera, frente al unilateralismo norteamericano. La incapacidad del Consejo de Seguridad de la ONU para frenar la guerra, en última instancia revela la crisis y la debilidad. Pero incluso en el campo de los triunfadores la situación no es muy diferente. Pensar que el más viejo de los Estados nacionales, Gran Bretaña, vive una fortaleza es cerrar los ojos ante su profunda debilidad. Un solo ejemplo. Un poco después del 11 de septiembre, cuando George Bush hizo un homenaje a los bomberos neoyorquinos en el Congreso norteamericano, entre los asistentes estaba Tony Blair, quien fue presentado y tratado no en su calidad de jefe de Estado, sino en el mismo nivel del jefe de la policía de esa ciudad. Gran Bretaña no es otra cosa que una extensión de los territorios de Norteamérica. Es un nuevo barrio de Manhattan. Pero el mismo Estado norteamericano ha sido víctima de un asalto por parte de los señores del dinero. Ese proceso tuvo su punto culminante con el fraude electoral que permitió que Bush fuera nombrado presidente. La conformación de su gabinete fue la demostración de que el golpe de Estado que se había llevado a cabo, no había sido realizado por la vieja clase política republicana sino por los grandes consorcios económicos, en especial los que están vinculados a las empresas petroleras y armamentistas. Desde luego, la ideología que se está utilizando es ultra nacionalista. Es imposible pensar que se puede conquistar el apoyo mayoritario de un pueblo confesando que se llevará a cabo una guerra para quedarse con la segunda reserva petrolera del mundo o que se va a enviar a los soldados norteamericanos para hacer más poderoso a un puñado de multimillonarios. Se tuvo que inventar que la nación norteamericana estaba en peligro. Pero eso es ideología pura. Como nunca antes en la historia los objetivos de la guerra estaban vinculados a una serie de empresas trasnacionales y como nunca el objetivo fue perjudicar a otras empresas trasnacionales. Claro, en medio existía un Estado nación, un pueblo, una cultura, una forma de vida, pero todas esas cosas (para los señores del dinero) son total y absolutamente prescindibles. El holograma del Estado nacional nos da una imagen nacionalista distorsionada. Deconstruir ese holograma es una de las tareas más ingentes. 6. “La Polis moderna […] sólo tiene de la clásica (Platón), la imagen superficial y frívola de las ovejas (el pueblo) y el pastor (el gobernante). Pero la modernidad trastocó por completo la imagen platónica. Ahora se trata de un complejo industrial: algunas ovejas se trasquilan y otras se sacrifican para obtener alimento, las “enfermas” son aisladas, eliminadas y “quemadas” para que no contaminen al resto”. El objetivo, ahora que el comunismo ha sido derrotado (así lo piensan en la “sociedad del poder”, extrapolando la derrota de los regímenes burocráticos poscapitalistas) no es disputar la mente y los corazones de los pobres; tampoco competir con otro sistema económico para demostrar que los trabajadores pueden tener mejores condiciones de vida bajo el capitalismo; mucho menos pensar en cómo asegurar que los viejos tengan condiciones favorables de retiro, o que los enfermos por el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida puedan tener acceso a la seguridad social y a medicinas baratas y de calidad. Todos esos elementos que fueron llevados a cabo por los viejos Estados nacionales, (bajo su etapa de Estado benefactor, como una necesidad para limitar al capitalismo voraz en un mundo en que las revoluciones socialistas o de liberación nacional estaban a la orden del día) hoy no tienen razón de ser bajo la nueva lógica de la acumulación de capital. Los elementos coercitivos han sustituido en gran medida a los elementos de consenso. La humanidad, no una clase en específico, está en peligro de desaparecer. Y esto no es simplemente una visión terrorífica. Las nuevas armas de destrucción masiva, el impresionante desequilibrio ecológico (la desertificación, la escasez del agua, el hoyo de la capa de ozono, la destrucción de bosques y selvas…), las terribles pandemias, la extensión del hambre, etcétera, son los nuevos jinetes del Apocalipsis. Nada más que ahora cabalgan sobre el “desarrollo” de la técnica y el progreso. Pero, como para el capital neoliberal ya no hay enemigo global, nada de esto parece preocuparle lo suficiente para ameritar una intervención reguladora por parte del Estado; el pastor es carnicero y que el rebaño se apañe como pueda. 7. “La imagen de la ciudad rodeada (y amenazada) por cinturones de miseria y la imagen de la nación hostigada por otros países, se han empezado a transformar. La pobreza y la inconformidad (esas “otras” que no tienen el buen gusto de desaparecer) ya no están en la periferia, sino que se pueden ver casi en cualquiera de las urbes… y de los países. Quien gobierna la ciudad, sólo administra el proceso de fragmentación de la polis, en espera de poder administrar el proceso de fragmentación nacional”. La vieja relación centro-periferia se desvanece, no porque los niveles de opresión y explotación se hayan hecho más tenues sino exactamente al contrario. El fracaso del viejo capitalismo periférico (así fue conocido por muchos) en varios niveles —pero fundamentalmente en dos: fracaso de la cuestión agraria y fracaso de la industrialización— generó en un primer momento el crecimiento desmedido de las ciudades, pero en un segundo momento la huida del país. Los 250 millones de migrantes del mundo son el resultado de ese doble proceso. Esos 250 millones de migrantes han cambiado la conformación de las viejas clases obreras (simplemente observemos cuál es la composición de la actual clase obrera alemana o francesa), sus puntos de referencias, sus adquisiciones culturales, sus historias, sus identidades. Los “otros” se han colado por las paredes porosas de las nuevas polis, sobreviven sin integrarse. Cada vez más los “otros” cumplen una doble función: ser el motor de la acumulación de capital y paralelamente ser la fuente principal (o de las principales) del envío de divisas a sus países de origen. Una nueva clase obrera a la cual el viejo sindicalismo no le dice gran cosa. Los temidos “otros” son hoy uno de los factores claves del nuevo modelo económico neoliberal y al mismo tiempo los receptores de los odios racistas y clasistas de la “sociedad del dinero”. Por eso la guerra contra los “otros” es una guerra sin fin, pero también por eso es una guerra perdida. Y los otros no son sólo migrantes. En nuestro país, millones de “otros” salen hacia Estados Unidos, pero la mayoría aquí queda, y para el imperio ellos también forman parte de los “otros”. Son, por ejemplo, los millones de jóvenes sin trabajo que también viven en las polis al lado de los cotos de riqueza exclusivos para unos cuantos. Para defenderse de la irrupción masiva de los “otros”, las polis desarrollan sus programas de seguridad interna que representan auténticos planes militares estratégicos. “Cero Tolerancia” no es sólo un programa de seguridad, sino que es antes que nada una declaración de guerra contra los “otros”. En última instancia se están ensayando dos visiones: “cero tolerancia”, “cero atención” o “cero tolerancia, uno por ciento de ayuda”. Con el afán de entregar las polis a los señores del dinero, se duda del camino a seguir. Parecería que en los últimos tiempos los amanuenses del poder del dinero han llegado a la conclusión de que deben de establecer pequeños programas que otorguen cierta imagen de interés social. La ideología porrista está basada en la idea de que hay que otorgar caridad a los pobres mientras se les quitan todos los derechos sociales que antes habían conquistado (el derecho a la salud hoy está siendo contrarrestado por el seguro popular, el derecho al trabajo está siendo sustituido por la idea de la changarrización, el derecho a la educación hoy está siendo sustituido por el paulatino avance de la privatización…). Al final, dar el Pa’que te alcance o la ayuda a los miembros de la tercera edad es más barato que invertir en hospitales, escuelas, vivienda, etcétera. 8. Casi al final, el Subcomandante Insurgente Marcos se pregunta: ¿“Se podría pensar que de lo que se trata no es de “humanizar” el corral-fábrica-matadero de la polis moderna, sino de destruir esa lógica, arrancarse la piel de oveja y, sin ovejas, descubrir que el “pastor-carnicero-trasquilador” no sólo es inútil sino que estorba?” Parecería que sí. La otra visión sería una vuelta al pasado. Pero esto no aparece en el horizonte como una posibilidad para los señores del dinero. El proceso de globalización ha significado antes que nada una dislocación de las viejas formas de organización productiva, una movilidad nunca antes vista del capital y por ende del trabajo, una fragmentación de las relaciones laborales y de la misma fuerza de trabajo. Volver atrás significaría desmontar lo ya construido. ¿Cómo se puede humanizar lo inhumano? ¿Señalando los excesos y llamando a la comprensión a los que no tienen más religión que la ganancia? ¿Limando las aristas más filosas del neoliberalismo, repartiendo migajas, al mismo tiempo que se les entrega a los hombres más ricos el control de la Polis? ¿Cómo se puede pretender volver al pasado y luchar por un Estado benefactor, nacionalista, populista o como quiera que se le llame, si las bases económicas, sociales y políticas de esa forma estatal están siendo dinamitadas por la globalización neoliberal? ¿Y además luchar por ese tipo de Estado, que ya vimos que es imposible de revivir, aliándonos a los viejos políticos que lo detentaban, olvidándonos de su práctica a favor del capital, justificando nuestra ceguera al retomar el discurso demagógico que tenían como parte del control que ejercían sobre nuestros pueblos? Locos tendríamos que estar, por ponerlo de la forma más suave. Nosotros apostamos a que la única alternativa posible es la rebeldía, la que parte de la idea de que no tiene sentido gastar los esfuerzos en humanizar el crimen masivo. La rebeldía como fuerza creadora, como constituyente y soberana, como elemento civilizatorio. Esto de alguna manera significa reinventar las formas de lucha y de acción. Si el viejo Estado nacional es una herramienta mellada, las viejas formas de lucha que surgieron bajo el amparo de ese mismo Estado no tienen la misma efectividad del pasado. Desde luego entendemos lo anterior como un proceso, producto de la propia experiencia del movimiento social, en particular entre los trabajadores. Tema central sin duda, la necesaria reflexión sobre el mismo tiene hoy una importancia fundamental, no para un simple debate de ideas sino antes que nada para sacar conclusiones prácticas. El holograma del poder busca crear la imagen de que nada hay como alternativa, de que incluso las diversas alternativas pueden y deben ser encuadradas en su propio holograma. Romper con el holograma es romper con los tiempos y los espacios de la sociedad del poder. Creo que de eso se trata.

(Publicado en Rebeldia, México, julio 2003)

©EspaiMarx 2003

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Sujeto y trabajo

Arnold Kremer

Si uno lee la literatura social del siglo XIX, ve filmes como "Germinal", incluso a escritores de mediados de siglo XX como Elio Vittorini y la remata con la última novela de Saramago "La caverna"; si uno escucha a nuestros abuelos, casi centenarios, puede comparar las consecuencias de la segunda revolución industrial con los actuales resultados de la llamada globalización. No queremos decir que no hay nada nuevo bajo el sol sino que se confirma la tendencia del desarrollo capitalista enunciada y seguida por sus estudiosos críticos, desde "El capital" de Marx a "El imperialismo fase superior del capitalismo" de Lenin y "La integración mundial, ultima etapa del imperialismo" de Silvio Frondizi.

Empero la literatura tiene la ventaja de mostrar el dolor, el drama humano, psicológico, emocional, las catástrofes culturales, por encima de la lectura de un dudoso progreso justificado por las ciencias sociales.

Cierto es que frente a la escasez generalizada en el siglo XIX ha sido justo que Marx viese en el desarrollo capitalista, la acumulación de riqueza amasada en sangre que sería, no obstante, la base material imprescindible para pensar en una sociedad igualitaria. Sin embargo eso ya no parecía creíble a la segunda mitad del siglo XX a pesar que nosotros lo queríamos creer. Porque ese " queríamos creer" explica las revueltas mundiales de los sesentas, precisamente más fuertes en las generaciones de jóvenes bien alimentados, sea allá el mayo francés, acullá la primavera de Praga, ahí la masacre de Tlatelolco o aquí cordobazo llevado a cabo por las clases sociales populares, que habíamos disfrutado de la niñez peronista. Las cargas de caballería, los tanques, los gases, los garrotes y las ametralladoras nos demostraron que ya no era creíble, si alguna vez lo fue.

El hilo conductor en estos casi dos siglos ha sido el conflicto entre capital y trabajo, confrontación antagónica, irreconciliable por su propia naturaleza. Una historia tinta en sangre que puso la impronta sobre la historia de la vida del pueblo y está registrada en toneladas de páginas, en las ciencias, las artes y en la memoria colectiva. Un tema monumental, por cierto, del que aquí solo me propongo examinar la vinculación que en este proceso se ha establecido entre trabajo y sujeto, entre trabajo e identidad y cómo la historia de la modernidad – que es la historia del capitalismo – desarrolló una relación ambigua entre el culto y la humillación al trabajo. Desafortunadamente, el marxismo no escapó a esa influencia. Culto como forjador de la esencia humana y humillación en sus divisiones en jerarquías variables según exigencias de cada época, partiendo de aquella primogénita separación entre trabajo manual e intelectual y demás subdivisiones de acuerdo a las necesidades del mercado, incluso el socialista..

Hoy es evidente que el folleto de Engels "El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre" estuvo muy influido por el darvinismo, y un materialismo lineal que le atribuyó solo al trabajo la conformación de la conciencia y el lenguaje, otorgándole a la subjetividad una subordinación pasiva. De esa influencia entre un economicismo indeseado y un biologismo insospechado, debido al prestigio de las ciencias naturales en aquel siglo, viene la concepción marxista oficial que supone un sujeto sustancial, originado por las fuerzas productivas, materializado en el trabajador. En efecto: así como la evolución de las especies basada en la supuesta, al menos hoy cuestionada, supremacía de los más fuertes, la evolución del trabajo de sus formas presumiblemente menores a las mayores, artesanales a industriales, antiguas a modernas, etc. desarrollaría la clase social llamada a ser la emancipadora de la humanidad: los obreros industriales. El proceso industrial sería irreversible puesto que se identificaba acumulación y concentración capitalista con centralización productiva física..

La temprana descentralización productiva

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Senderos nacientes…

Del rico debate entre los Movimientos de Desocupados de la Argentina ( MTD) y de los diversos sectores que defienden un proyecto emancipador basado en el concepto de autonomía, extraemos estas dos muestras que pueden ser de interés, más allá de los acontecimientos que narran ( en cuyas interioridades, por respeto y por distancia geográfica no podemos ni debemos entrar dando o quitando razones). Creemos encontrar en estos textos el uso de conceptos que como Espai Marx hemos conocido en nuestros seminarios sobre Toni Negri y sobre Cornelius Castoriadis, y en nuestras lecturas sobre el zapatismo (setiembre de 2003). Pensamos que todo el proceso del que surgió y se irradio el Estallido Popular del 19 y 20 de Diciembre, fue constituyente de nuevas subjetividades que aun perduran.

Ese torrente desbordante produjo rupturas y radicalidades que más allá del aquietamiento de las aguas, mantienen una importante continuidad que se expresa en múltiples y diferentes espacios sociales.

Fue en el sucederse de estos cosas y esos tiempos que nos sumamos a la constitución de un espacio de coordinación que apreciábamos como novedoso, la Coordinadora Aníbal Verón. Allí se conjugaban una riquísima variedad de prácticas sociales, expresando una radicalidad potente. Es que lo atractivo y novedoso fluía desde el cuestionamiento profundo a las viejas prácticas de la política del sistema. Entendíamos que nos desenvolvíamos en una coordinación de nuevo tipo como la llamábamos. Esta consistía en una práctica democrática que se establecía horizontalmente desde la acción extendida que gestaba el protagonismo de cada movimiento. Respetando férreamente la independencia de cada uno de ellos. Es decir no existía ningún tipo de supremacías. Se conjugaba una relación de distintos y diferentes en situación de igualdad esencial. Así la libertad envolvente, permitía que brotaran practicas creativas que se expresaban en luchas contundentes.

El proceso social ascendente, empujaba y daba el plafón suficiente para nuevas búsquedas colectivas. Lo social resultaba así fundamentalmente lo político. Darío y Maxi fueron expresión y exponentes de éste proceso.

Hoy resistimos a que los maten dos veces y más.

Y luego… las aguas siguieron bajando más turbias.

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De la precariedad laboral a la precariedad social

María Cecilia Fernández

Chainworkers, entrevistados por María Cecilia Fernández El movimiento obrero novecentista se organizaba en torno a la fábrica a través de espacios de agregación social y apoyo mutuo. La s del sindicato, pero paralelamente construía sociedades de resistencia. La producción capitalista era entendida no sólo como un problema económico sino al mismo tiempo social. La lucha contra el capitalismo significaba una lucha contra las formas de vida mercantiles, más allá de la reivindicación sindical y los derechos laborales. Actualmente, el proceso de valorización capitalista ha incorporado como fuerza de trabajo las capacidades cognitivas, comunicativas y afectivas de lo humano. Una de las dimensiones más dinámicas de la producción social es un tipo de fuerza de trabajo inmaterial. Operadores de informática, diseñadores de páginas web, publicistas, artistas, comunicadores sociales, son parte de la actual composición social del trabajo. Las nuevas formas del trabajo, en el marco del modo de producción postfordista, han puesto en discusión cuáles serían las formas de organización social que harían frente a la situación de flexibilidad, movilidad y precariedad laboral, pero también a las formas de vida que producen las relaciones sociales capitalistas. En Italia, el colectivo milánes Chainworkers lleva años trabajando sobre estos aspectos de la precariedad laboral y social. Chainworkers comenzó dirigiéndose a los empleados de las cadenas comerciales, lo que significó, por un lado, un acercamiento a la figura precaria emblemática de los años noventa: el empleado estilo McDonald´s, sin ningún derecho ni representación sindical, que no se percibe a sí mismo como trabajador en un sentido clásico; pero también, por otro lado, el colectivo abordaba estrategias de comunicación innovadoras con el objetivo no sólo de dar información sobre los derechos labores en situación precaria, sino también intentar crear formas de agregación y conflicto social más allá de la sindicalización. María Cecilia Fernández (MCF): ¿Qué análisis hacen de su primer recorrido? Frenchi (F): Al principio, al interior del movimiento toda la cuestión del trabajo venía expresada con retóricas que denotaban impotencia, pero no capacidad de intervención [“Stop al precariado”, etc.]. En nuestro caso, una de las características iniciales fue el odio a las cadenas de negocios, no como lugar de consumo, sino como instituciones. Pero éramos muy inocentes, porque pensábamos que la condición neoesclavista de los trabajadores de las cadenas comerciales sería una condición “no imitable”, y que se estaban creando zonas de marginalidad muy amplias entendidas como una cierta reproducción del mercado fordista. Pero estábamos equivocados: todo el mundo del trabajo tendía a esta condición neoesclavista. La precariedad, como concepto, surge en el 2002, al caer en la cuenta de que no es un nuevo subproletariado el que estaba naciendo, no era sólo un mecanismo laboral lo que estaba en juego, sino una nueva relación social más compleja entre vida y trabajo. MCF: ¿Cómo definen entonces precariedad social? F: Es un mecanismo de control, división del trabajo, repartición de los recursos humanos y selección que genera ganancias y plusvalor para las empresas, que muta y modifica su propia conformación. Este pasaje de la precariedad laboral a la precariedad social pone entre interrogantes nuestra capacidad de intervenir, y también cuestiona reivindicaciones que cuentan con un pasado muy fuerte: por ejemplo, las del movimiento autónomo italiano de los setenta, con su rechazo al trabajo y la reapropiación del tiempo; también el derecho a una vida digna a través de una serie de derechos civiles y sociales históricamente conquistados. MCF: ¿Qué significa para ustedes crear comunidad? F: Crear relaciones solidarias concientes con un fuerte vínculo relacional, capacidad de comunicación entre todos los sujetos que están en esta comunidad. Capacidad de generar una producción autónoma muy cooperativa, muy horizontal aun asumiendo la división de competencias, muy ligada a la capacidad innegable que uno reconoce en los demás. Comunidad de individuos solidaria y de amigos, pero sobre todo una comunidad en el momento en que logra producir y cooperar y darse sentido a sí misma. MCF: ¿Cualés son los planos de intervención de esta comunidad? F: Son muchos. Un primer plano es la autoformación colectiva. Estar en una comunidad es una situación que ya de por sí te defiende. Entonces, hay un aspecto social, un aspecto de comunidad, un aspecto de comunicación, un aspecto lúdico, y también un aspecto de autorédito. Todo esto incluye varios factores: comunidad, socialización, formación, intervención política, relaciones preferenciales con algunos grupos, es decir una conciencia fuerte del territorio y de mecanismos que regulan este territorio. Esta es la comunidad que estamos creando. MCF: ¿En su experiencia, cómo ha tomado cuerpo esa idea de producción de comunidad y qué significa en la práctica el concepto de autorédito? Bombo (B): Mi formación profesional nació en un centro social, el Depósito Bulk en Milán. Allí logré algo que ni la universidad ni un puesto de trabajo hubieran podido darme. Siguiendo la filosofía Do it yourself (hazlo tú mismo) de los centros sociales, hice la formación profesional que actualmente aplico a mis trabajos: el discurso del free software (sistemas informáticos abiertos), la idea de compartir conocimientos, me permitieron no sólo acometer una reivindicación cultural, sino seguir trabajando en el sector de la informática con el objetivo no de producir mejor y ganar más, sino de manera alternativa a las propuestas del mundo comercial de la informática. Más tarde, comenzamos a pensar el Centro Social La Pérgola como un posible lugar para construir infraestructuras útiles para nuestro trabajo, así como para crear espacios de intervención en la ciudad: desde herramientas y espacio telemático hasta un lugar de alojamiento nocturno que fuera extremadamente accesible frente a la oferta en Milán, y de aquí nace la hostería autogestiva. Abrir una hostería nos metió en un proyecto que sobre la base del voluntariado no iba a funcionar, y que solucionamos creando puestos de trabajo que no siguen las reglas tradicionales, sino que consideramos un tipo de servicio social. MCF: Ustedes comenzaron en el 2001 manifestándose el 1 de Mayo, pero resignificándolo como el día de la precariedad. ¿Cuál es el objetivo y cómo se expresa esta intervención comunicativa? F: Unos años atrás, para nuestros gobernantes, hablar de precariedad estaba al límite del terrorismo. La MayDay sirvió como acto comunicativo para desarrollar una nueva conciencia. Con el San Precario, por ejemplo, hacemos subvertising [técnica de desvío y reapropiación del propio lenguaje de la publicidad para generar un efecto de sentido opuesto o diferente] sobre un tejido social que es muy católico. Aunque seamos laicos, en Italia hay un pasado popular ultra católico. El santo fue tomado de la cultura popular para insertarlo en una situación no religiosa. Y cada icono que está debajo de la imagen de San Precario indica los cinco ases de la no precariedad: debemos tener dinero, casa, relaciones afectivas y derecho a la comunicación y al transporte. MCF: ¿Cuál es la inserción de la figura del precario en el discurso sindical? F: No lo tiene, porque la precariedad es extorsión, chantaje, y difícilmente entendible a través de las formas sindicales clásicas. Hablando de la renovación en las formas de lucha, creemos que eso también implica renovación en las instituciones de la lucha, es decir del sindicalismo, el arte sindical y las acciones sindicales. Actualmente estamos construyendo los “puntos de San Precario”, que se coordinan en una red que llamamos biosindical. La concepción de biosindicato parte de la siguiente premisa: si la precariedad es social e invade toda nuestra vida, es obvio que nuestra acción sindical debe partir de cada uno de los puntos en que se desarrolla nuestra vida, internos y externos al lugar de trabajo. Los puntos de San Precario serán lugares simultáneamente de servicios legales, autoformación, comunidad solidaria y defensa. Serán todo lo que sepamos ir construyendo para que nuestras acciones de conflicto sean incisivas, golpeen a la empresa y a su imagen. Serán el intento de organizar una defensa, un contraataque. Al final, el individuo es precario porque no tiene acceso siquiera a la información que debería sobre las condiciones del propio contrato. Y, sobre todo, está aislado en relación a los otros en su lugar de trabajo. Necesitamos romper este aislamiento, crear comunidad. MCF: ¿Qué piensan de la lucha en el plano de los derechos laborales? F: Estamos convencidos de que la situación actual no puede ser modificada al interior del discurso político-judicial. La relación de precariedad social supera la relación legal-laboral y es directamente explotación, fuerza y potencia de la empresa sobre la vida de cada uno. Si llega a haber una modificación de las leyes laborales, será como siempre ha sido: gracias a la capacidad de crear conflicto y, sobre todo, de crear conflicto potente, fuerte e inteligente. A las leyes que se concretan las llamamos “amortizadoras”: reconocemos que doscientos euros más o menos al mes cambian la situación. Ahora bien, si ese dinero es el motivo para que no construyas una estrategia política que vaya más allá de los doscientos euros, caés en una monetarización de los derechos. Una estrategia política inteligente debe perseguir aumento salarial, redistribución, asistencia o subvención, pero sin perder de vista que el problema de la precariedad es cuando te llaman a medianoche para decirte “mirá que mañana tenés que trabajar” y vos ya habías hecho planes para ir a Lugano a visitar a tu familia.

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Immigrants en Lluita: L’anomalia o la Llei

“Papeles o muerte”. La consigna va recorrer des dels primers dies de febrer de 2001 tota la geografia estatal i europea. Arribava als suburbis i fàbriques il·legals, als edificis malalts d’hacinament on malviuen families senceres en el cor de les grans ciutats d’Occident. Removia les consciències i els cossos dels milers que protagonitzen l’èxode de la posmodernitat. Despertava els afectes narcotitzats pel fatalisme, els desitgos oblidats a la petita bossa de viatge.

Centenars d’immigrants sense papers havien decidit declarar-se en vaga de fam indefinida; havien decidit tancar-se en les Esglesies de Barcelona i d’arreu de l’Estat: reclamaven la seva existència com a persones. Marroquins, pakistanessos, indis, bangladeshis, sudamericans,…tots compartien un mateix objectiu: tornar a ser persones, tenir papers, existir davant de l’Administració de l’Estat per accedir als beneficis que concedeix el mutilat estatut ciutadà del immigrant resident.

Entorn d’una reivindicació justa s’articulà la solidaritat d’organitzacions socials i polítiques de tot tipus. Uns van sumar-se sense condicions, solidaritzant-se amb la seva lluita, fent seves les consignes del moviment autoorganitzat dels immigrants, integrant-se en l’espiral del col·lectiu que s’estava autoinstituint. D’altres van sumar-se creant una nova organització, empenyent per imposar uns nous criteris. Per aquests la vaga de fam havia de ser abandonada, la negociació havía de ser rogada, la consigna havia de ser canviada: la lluita fins ara havia estat inviable, utòpica, poc realista. Els immigrants havien d’aprendre a ser súbdits abans que ciutadans.

Al mes de maig de 2004, tres anys més tard, més d’un miler d’immigrants sense papers tornaven a irrompre als carrers de la ciutat al crit de “Per la regularització sense condicions”. Era el mateix subjecte, definit pel mateix problema, que tornava a resorgir de les misèries de les lleis migratòries. La situació era tràgica per uns i altres. Les diverses reformes legislatives i procedimentals implementades pel govern sortint no nomès havien condemnat a l’oblit a milers de sense papers, sinò que a més propiciaven la fallida de la mateixa condició administrativa, espùria i maltractada, sempre sota sospita, dels immigrants residents, convertint la renovació del seu títol d’integració en un humiliant laberint.

Afirmant que “la ciutadania es conquesta exercint-la” van entrar en la Catedral i en l’Esglesia del Pi, només per unes hores, amb el recolzament de les organitzacions i associacions que sempre els havien recolzat. No obstant, aquesta vegada quelcom havia canviat respecte a la situació del 2001. Les forces aparents dels immigrants havien minvat: els micos enjoiats de la política de pasadissos ja no estaven disposats a extendre mediàticament el discurs constitutiu de la lluita dels immigrants. Ja no hi eren els partits polítics i sindicats que en les lluites del 2001 s’havien sumat progresivament al moviment amb l’objectiu de desgastar al partit del govern i beure de les sinèrgies de l’autorganització. Els mateixos que havien escapçat el moviment del 2001 per canalitzar-lo cap a vies institucionals, els mateixos que havien fet prevaldre la negociació a la dignitat i el reconeixement, ara no admetien la negociació, ni la dignitat, ni el reconeixement.

QUÈ ENS HA PASSAT? AUTOORGANITZACIÓ I ANTAGONISME INSTITUCIONAL

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La multitud y la metrópoli

Toni Negri

Artículo publicado en el número 5 de la revista POSSE

1. “Generalizar” la huelga. Ha sido interesante observar, con ocasión de las luchas de la primavera y del verano del 2002 en Italia, cómo el proyecto de “generalizar” la huelga por parte de los movimientos de los precarios, de los obreros sociales, mujeres y hombres había parecido deslizarse de manera inocua e inútil a través de la “huelga general” de los trabajadores. Después de esta experiencia muchos compañeros que han participado en la lucha, han comenzado a darse cuenta que, mientras la huelga obrera “hacía daño” al patrón, la huelga social pasaba, por así decirlo, a través los pliegues de la jornada laboral global, sin hacer daño al patrón sino más bien a los trabajadores movibles flexibles. Esta constatación plantea un problema: el de comprender cómo lucha el obrero social, cómo puede concretamente destruir en el espacio metropolitano la subordinación productiva y la violencia de la explotación. Se trata de preguntarse cómo la metrópoli se presenta ante la multitud y si es correcto decir que la metrópoli es a la multitud como la fabrica fue a la clase obrera. De hecho esta hipótesis se nos presenta como problema. Ello no ha sido simplemente planteado desde las evidentes diferencias de eficacia inmediata entre luchas sociales y luchas obreras, sino también desde una cuestión mucho más pertinente y general: si la metrópoli es investida de la relación capitalista de valorización y de explotación, ¿cómo se puede, en su interior, aferrar el antagonismo de la multitud metropolitana? En los años sesenta y setenta a estos problemas, a medida que surgían en relación a las luchas de clase obrera y a las mutaciones de los estilos de vida metropolitanos, se le dieron varias respuestas, a menudo muy eficaces. Pronto las resumiremos. Aquí basta con subrayar cómo aquellas respuestas guardaban una relación externa entre la clase obrera y los otros estratos metropolitanos del trabajo asalariado y/o intelectual. Hoy el problema se presenta de manera diversa porque las varias secciones de la fuerza de trabajo se presentan en el híbrido metropolitano como relación interna e inmediatamente como multitud: un conjunto de singularidades, una multiplicidad de grupos y de subjetividades, que ponen en forma (antagonista) el espacio metropolitano.

2. Anticipaciones teóricas. Entre los estudiosos de la metrópoli (arquitectos y urbanistas), ha sido Koolhaas quien nos ha dado, de manera delirante, hacia finales de los setenta, una primera nueva imagen de la metrópoli. Aludimos, evidentemente, a Delirious New York. ¿En qué consistía la tesis central de este libro? Consistía en dar una imagen de la metrópoli que, más allá y a través de las planificaciones (siempre, de manera más o menos coherente, desarrollada), vivía todavía de dinámicas, conflictos y superposiciones potentes de estratos culturales, de formas y de estilos de vida, de una multiplicidad de hipótesis y de proyectos sobre el porvenir. Se debía mirar esta complejidad, esta microfisica de potencias desde dentro, para comprender la ciudad. New York, en particular, era el ejemplo de un extraordinario acumularse histórico y político, tecnológico y artístico, de varias formas de programación urbana. Pero no bastaba. Era necesario añadir que la metrópoli era más fuerte que lo urbano. Los intereses especulativos y las resistencias de los ciudadanos imponían y arrollaban a un tiempo, las prescripciones del poder y las utopías de los opositores. El hecho es que la metrópoli confundía y mezclaba los términos del discurso urbanístico: a partir de una cierta intensidad urbana, la metrópoli constituía nuevas categorías, era una nueva maquina proliferante. La medida se desmesuraba. Se trataba pues, a un tiempo, de dar de la metrópoli, de New York, un análisis microfísico, que fuese al encuentro ya sea de los miles y miles agentes singulares, ya sea de las formas de represión y bloqueo que la potencia de la multitud encontraba. Es así que la arquitectura de Koolhaas se eleva a través de grandes medidas de convivencia urbana, que vienen luego revueltas, mutadas y mezcladas en otras formas arquitectónicas… Es una gran narración la que la arquitectura de Koolhaas expresa, la gran narración de la destrucción de la ciudad occidental, para dar lugar a una metrópoli mestiza. No es relevante (aunque útil para comprender) que en Koolhaas el desarrollo arquitectónico sea clasificado de manera funcional a las varias técnicas de la organización del trabajo de construcción. Lo que interesa es exactamente lo contrario: también a través de una corporativización industrial de los agentes de la producción, aquí se percibe cuanto ahora ya la metrópoli se organiza sobre niveles continuos aunque distorsionados, fieles al Welfare aunque híbridos. La metrópoli es mundo común. Es el producto de todos -no voluntad general sino aleatoriedad común. Así la metrópoli se quiere imperial. Los postmodernos débiles son golpeados por Koolhaas. Koolhaas anticipa efectivamente, buscando en la genealogía de la metrópoli, una operación que en el postmoderno maduro deviene fundamental: el reconocimiento de la dimensión global como más productiva y más generosa desde el punto de vista de las figuras económicas y de los estilos de vida. Este esfuerzo critico no es solitario ni neutralizante. Al contrario produce otra critica, la confiada al movimiento real. Por ejemplo, cuando nosotros introducimos elementos diferenciales y antagonistas en el saber de la ciudad, y hacemos de éstos el motor de la construcción metropolitana, componemos también nuevos enfoques del vivir y del luchar -comunes. Todavía un ejemplo entre otros: un propósito de metrópoli y colectivización. Esta vieja palabra socialista está ciertamente ya obsoleta y totalmente superada en la consciencia de las nuevas generaciones. Pero éste no es el problema. El proyecto no es el de colectivizar sino el de reconocer y organizar el común. Un común hecho de un patrimonio riquísimo de estilos de vida, de posibilidades colectivas de comunicación y reproducción de la vida y, sobretodo, del exceso de la expresión común de la vida en los espacios metropolitanos. Disfrutamos de una segunda generación de vida metropolitana, creativa de cooperación y excedente en los valores inmateriales, relacionales, lingüísticos que produce. Esta es la metrópoli de la multitud singular y colectiva. Hay muchos postmodernos que rechazan la posibilidad de considerar la metrópoli de la multitud como espacio colectivo y singular, resistentemente común y subjetivamnte maleable y siempre nuevamente inventada. Estos rechazos sustituyen al analista por el bufón o el sicofante del poder. De hecho nosotros hemos recuperado la idea de las economías externas, de las dinámicas inmateriales, los ciclos de lucha y todo aquello que compone la multitud. New York es postmoderna, en la medida en que ha participado en todas condiciones del moderno, y ahí ha, por así decirlo, consumado en la crítica y en la prefiguración de otro: el resultado es un híbrido, el híbrido metropolitano como figura espacial y temporal de las luchas, plano de la microfísica de los poderes.

3. Metrópoli y espacio global. Es Saskia Sassen quien, antes y después de cualquier otro, nos ha enseñado a ver la metrópoli, todas las metrópolis, no solo, desde Koohlaas, como un agregado híbrido e interiormente antagonista, sino como figura homologa de la estructura general que el capitalismo ha asumido en la fase imperial. Las metrópolis expresan e individualizan el consolidarse de la jerarquía global, en sus puntos más articulados, en un complejo de formas y ejercicio de comando. Las diferencias de clase y la programación genérica en la división del trabajo ya no se hacen más entre naciones sino entre centro y periferia, en las metrópolis. Sassen va a observar los rascacielos para sacar lecciones implacables. Arriba está el que manda y abajo el que obedece; en el aislamiento de los que están más alto está la conexión con el mundo, mientras en la comunicación de los que están más abajo, están los puntos móviles, los estilos de vida y renovadas funciones de la recomposición metropolitana. Por esto nosotros debemos atravesar los espacios posibles de la metrópoli, si queremos reanudar los trazos de lucha, para descubrir los canales y las formas de conexión, los modos en que los sujetos están juntos. Sassen nos propone observar los rascacielos como estructura de la unificación imperial. Pero al mismo tiempo insinúa la sutil provocativa propuesta de imaginar los rascacielos no como un todo sino como un arriba y un abajo. Entre el arriba y el abajo corre la relación de comando, de explotación, y por tanto la posibilidad de rebelión. Los temas de Sassen son recorridos nuevamente fuertemente, en Europa, en los años noventa, cuando, con alguna dificultad, todavía sin embargo eficazmente, algunas fuerzas antagonistas han comenzado a ver en la estructura de la metrópoli reflejarse las contradicciones de la globalización. De hecho, que fuesen rascacielos o no, de todos modos el orden global restablecía un alto y un abajo en la metrópoli, que era la de una relación de explotación que se extendía sobre el horizonte interno de la sociedad urbana. Sassen mostraba los lugares y las relaciones de la explotación y disolvía la multitud devolviéndola al ejercicio disperso de actividad material. De otra parte está el comando. Blade Runner deviene una ficción científica.

4. Anticipaciones históricas. Pero las metrópolis de los rascacielos y del Impero otros las perciben sobretodo como lugares de lucha, que pueden revelar aspectos comunes y sobretodo pueden encarnar formaciones y organizaciones de resistencia y de subversión. El ejemplo que inmediatamente viene a la mente, a este propósito, es el de las luchas parisinas del invierno del ’95-’96. Estas luchas vienen recordadas porque en aquella ocasión los proyectos de privatización de los transportes públicos parisinos fueron rechazadas, no sólo por los sindicatos, sino por las luchas conjuntas de gran parte de la población metropolitana. Estas luchas, sin embargo, no habrían alcanzado nunca la intensidad y la importancia que tuvieron si no fuesen estado atravesadas, y ya primero de algún modo prefiguradas, por las luchas de los sans-papiers, sans-logement, sans-travail etc… Vale decir que el máximo de la complejidad metropolitana abre vías de fuga a toda la povertà urbana: es aquí que la metrópoli, también aquella imperial, se despierta al antagonismo. En los años setenta estos desarrollos y estos antagonismos habían sido anticipados: en Alemania, en los EE.UU., en Italia. El gran pasaje desde el frente de lucha de la fabrica a la metrópoli, de la clase a la multitud, ha sido visto y organizado, teóricamente y prácticamente, desde muchísimas vanguardias. “Tomemos la ciudad” era una parola d’ordine italiana, insistente, importante, arrolladora. Palabras similares atravesaron las Bürger-initiativen alemanas, pero también las experiencias de los okupas en casi todas las metrópolis europeas. Los obreros fabriles se reconocían en este desarrollo, mientras las dirigencias sindicales y las de los partidos del movimiento obrero lo ignoraron. La huelga del billete en los transportes, las ocupaciones masivas de casas, la toma de los barrios para organizar el tiempo libre y la seguridad de los trabajadores contra la policía y los recaudadores fiscales, etc… , en definitiva la toma de zonas de la ciudad, fue un proyecto (per)seguido con mucha atención. Estas zonas se llamaban entonces “bases rojas”, aunque frecuentemente no eran lugares, sino espacios urbanos, sitios de opinión publica. Alguna vez también sucedía que eran decididamente no-lugares: eran manifestaciones de masa que en movimiento recorrían y ocupaban plazas y territorios. Así la metrópoli comenzó a ser reconstruida por una alianza extraña: obreros de fabrica y proletarios metropolitanos. Aquí comenzamos a ver cuánto fue potente esta alianza. Junto a estas experiencias políticas estaba también otro y más amplio experimento teórico. Se comenzaba efectivamente, desde el inicio de los años setenta, a ver cómo la metrópoli no fuera sólo invadida por la mundialización a partir de la cima de los rascacielos, sino también como fuera así constituida desde las transformaciones del trabajo que estaban realizándose. Alberto Magnaghi, y sus compañeros, publicaron en los años setenta, una formidable revista (Quaderni del territorio) que mostraba, a cada número de manera más convincente, como el capital estaba invistiendo la ciudad, transformando cada vía en un flujo productivo de mercancías. La fábrica se encontraba, por tanto, en y sobre la sociedad: esto era evidente. Pero también era evidente que este investimento productivo de la ciudad modificaba radicalmente la lucha de clases.

5. Policía y guerra. En los años noventa que la gran transformación de las relaciones productivas, que invisten las metrópolis, llega al limite cuantitativo, configurando una nueva fase. La recomposición capitalista de la ciudad, mejor, de la metrópoli, se da en toda la complejidad de la nueva configuración de las relaciones de fuerza en el Impero. Ha sido Mike Davis quien, primero, nos ha dado una caracterización apropiada de los fenómenos característicos de la metrópoli postmoderna. La erección de muros para limitar zonas intransitables a los pobres, la definición de espacios para ghettos donde los desesperados de la tierra pudieran/puedan hacinarse, el disciplinamiento de las líneas de circulación y de control que tuvieran orden, un preventivo análisis y practica de contención y de persecución de las eventuales interrupciones del ciclo: hoy, en la literatura imperial, cuando se habla de la continuidad entre guerra y policía global, lo que se olvida decir es que las técnicas continuas y homogéneas de guerra y policía han sido inventadas en la metrópoli. “Tolerancia cero” deviene una parola d’ordine, mejor, el dispositivo de prevención que inviste estratos sociales enteros, también ensañándose con sus opositores o excluidos individuales. El color de la raza o el credo religioso, las costumbres de vida o la diversidad de clase, vienen, de vez en vez, asumidos como elementos que definen la zona represiva en el interior de la metrópoli. La metrópoli se construye sobre estos dispositivos. Como decíamos a propósito del trabajo de la Sassen, las dimensiones espaciales, anchura y altura, de los edificios y de los espacios públicos, están completamente subordinados a la lógica del control. Dónde es esto posible: donde en cambio el capital inmobiliario determina rentas demasiado altas para poder ser sometidas a instrumentos de control directo, a través de la aplicación de procesos urbanísticos pesados, el paisaje metropolitano está cubierto por redes de control electrónico, y recorrido, y excavado, por representaciones de peligro que televisiones o helicópteros diseñan. Dentro de poco sobre cada ciudad se condensaran aquellos instrumentos automáticos de control, aéreos sin piloto, clones policíacos que los ejércitos están normalmente utilizando en las guerras. Pronto las [restricciones] y las zonas rojas se instalarán sobre la lógica de los vuelos de control: el urbanismo deberá interiorizar las formas del control a partir de una globalidad aérea, presupuesta a la libertad de desarrollar espacios y sociedad. Es evidente que, describiendo esto, nosotros exasperamos algunas líneas de tendencia que están de todos modos limitadas y representan solo una parte del desarrollo metropolitano. Efectivamente, también aquí (como en la teoría de la guerra) la enorme capacidad de desarrollar violencia por parte del poder, la así llamada asimetría total, genera respuestas adecuadas: el fantasma de David contra la realidad de Goliat. Del mismo modo la planificación del control sobre la ciudad, la “tolerancia cero”, producen nuevas formas de resistencia. La red metropolitana es continuamente interrumpida, a veces destruida, por redes de resistencia. La recomposición capitalista de la metrópoli construye trazos de recomposición por la multitud. El hecho es que, para darse, el control debe el mismo reconocerse, o hasta construir, en los esquemas transindividuales de ciudadanía. Toda la sociología urbana, desde la Escuela de Chicago hasta nuestros días, sabe que incluso dentro de un marco de individualismo extremo, los conceptos y los esquemas de interpretación deben asumir dimensiones transindividuales, casi comunitarias. Es al desarrollo de estas formas de vida que el análisis debe aplicarse. Se descubren así, en la metrópoli, espacios definidos, localizaciones determinadas de los movimientos de la multitud. Determinaciones espaciales y temporales del hábitat y del salario (consumo), diseñan de nuevo los contornos de los barrios y a caracterizar los comportamientos de las poblaciones. La guerra como legitimación del orden, la policía como instrumento del orden –estas potencias que asumen una función constituyente en la metrópoli, sustituyendo a los ciudadanos y a los movimientos- no consiguen pasar. De nuevo el análisis de la metrópoli remite aquí a la percepción del exceso de valor que es producida por la cooperación del trabajo inmaterial. La crisis de la metrópoli es, pues, desplazada mucho más adelante

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En la maquila: luchar todo el tiempo

Daniel Romero, presidente del Consejo Nacional de la Industria Maquiladora de Exportación, está muy preocupado. En declaraciones publicadas en la prensa hace unas semanas, Romero aseveró que la fuga de empresas maquiladoras de capital extranjero con sede en territorio mexicano va a continuar mientras aquí no haya certidumbre fiscal, regulatoria y jurídica para los inversionistas. Su advertencia ha sido contundente. Los integrantes del sector maquilador deberán darse "por bien servidos"(1) si logran conservar el millón setenta mil empleos que existen.

Con esta declaración se está planteando el inicio de una campaña del sector maquilador para asegurar una mayor fragmentación de las relaciones laborales y un incremento en la sobreexplotación de la mano de obra.

Esta inesperada fuga de capital hacia países centro-americanos o asiáticos, principalmente hacia China, comenzó hace algunos años y tiene diversas explicaciones. Una de ellas, la más clara, es que difícilmente se puede encontrar en el mundo mano de obra más barata que la de los trabajadores chinos, que puede ser hasta de 20 centavos de dólar por hora. Otra es que una gran cantidad de las empresas maquiladoras que se asentaron en México en décadas pasadas son de compañías que tenían sus oficinas centrales en países de Asia, lugar donde ahora se asienta el auge maquilador. Y bien, parece que ante la posibilidad de pagar hasta cinco veces menos de lo que pagaban aquí en México (y que era ya diez veces menos de lo que habrían tenido que pagar en Estados Unidos), un gran número de industriales de la maquila ha decidido salir en estampida en busca de mejores condiciones de explotación humana.

De la misma manera que los empresarios, el gobierno de Vicente Fox está muy preocupado por la salida de estas empresas, verdaderos centros de maquinización de la persona, en los que había puesto sus esperanzas como paliativo para el grave desempleo que azota a nuestro país. Y es que si revisamos un poco la historia de la vida industrial en las últimas décadas veremos que las maquiladoras se habían convertido en la gran oferta gubernamental de trabajo para más de un millón de personas, sin importar que éste se diera en condiciones infrahumanas.

Los hombres y, sobre todo, mujeres que trabajan en los niveles de producción de las empresas maquiladoras son responsables de la fabricación de un sinnúmero de elementos indispensables para el funcionamiento de una vida moderna "agradable": aparatos electrodomésticos, ropa, contenedores de alimentos. Sin embargo, las ventajas de la modernidad no son algo que esté presente en sus vidas cotidianas.

En los últimos años, las condiciones mecanizadas del trabajo en la maquila, que llegan al grado de restringir al mínimo el tiempo que necesita una persona para ir al baño, han tras-pasado el entorno de la fábrica y han salido a buscar un espacio dentro de la opinión pública nacional e internacional.

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El horizonte de la lucha de clases durante el próximo decenio

Colectivo Nuevo Proyecto Histórico

Multitud, movimiento, obrero social: ¿proceso sin sujeto?: ¿Qué ocurriría si, realmente, no existieran más empleos?, se preguntaba una tapa de la revista Newsweek. El desempleo en el mundo ha alcanzado en la actualidad su nivel más elevado desde la gran depresión de los años ’30. Más de mil millones de seres humanos componen hoy el ejercito industrial de reserva. En la década del ’50 en nivel de desempleo natural estuvo en el 4%; en los años ’60 se situó en el 4,8%, en los setenta se elevó hasta el 6%, mientras que en los ’80 trepó a un 7,3%. Sin embargo un problema es siempre algo para lo que existe, al menos, una solución. Una encrucijada tiene su camino correcto, todo laberinto, por definición, tiene una salida. Vista de esta manera las cosas el "desempleo" no es un "problema", sino una situación con visos de fatalidad o de catástrofe natural. El desempleo no es un problema porque la solución de una época dorada de pleno empleo no es una solución realista y, por lo tanto, algo que pueda fijarse responsablemente como un objetivo político. Como sintetizaba el famoso gurú Peter Drucker, la desaparición del trabajo como factor clave de la producción se transformó en el proceso inacabado de la sociedad capitalista. Previsiones de consultoras alemanas de inmaculado ADN liberal (son de 1999) dan el siguiente futuro para los próximos quince años: 25% de trabajadores permanentes, semicalificados, protegidos y sindicalizados; 25% de trabajadores periféricos, subcontratados, subcalificados, mal pagados y sin sindicalización; 50% desempleados o trabajadores marginales dedicados a empleos marginales, economías sumergidas o empleos parciales con ayuda estatal.

En Argentina estamos viviendo lo que se conoce como el "Jobless Growth", el crecimiento sin empleo del posfordismo. Es un fenómeno internacional, un proceso que implica el inicio del fin de la sociedad salarial, tal como la conocemos desde la década del ’50. La evolución del empleo se desvincula dramáticamente de la dinámica de la economía. Esto marca la rídiculez de volver a fórmulas neokeynesianas de los años ’40 o ’50. Según Jean-Claude Paye, Secretario General de la OCDE, en los diez años venideros la industria europea no podría emplear más que el 2% de la población activa. La sociedad argentina es relativamente rica, pero le falta un mecanismo institucional adecuado que permita distribuir su propia riqueza en el conjunto de la comunidad. Para la mayor parte de los argentinos una cosa es cierta: sólo aquel que tiene trabajo y que a través del trabajo obtiene ingresos, bien por medio de la familia o de la seguridad social, tiene posibilidades de participar en la riqueza so cial y ser un ciudadano pleno. Pero la ciudadanía se ha separado definitivamente del trabajo asalariado. Se le llama con distintos nombres: toyotismo, re-engineering, gestiones ligeras (lean production and lean management), postfordismo, todas tienen un objetivo central: no sólo reducen el número de empleos, también modifican profundamente la situación de los asalariados y las mismas condiciones de empleo.

Y finalmente la forma estado. El fin del llamado crecimiento "fordista" (en honor a Henry Ford) dejó a las empresas con la tarea de crear trabajo que anulara trabajo. Un nivel elevado de informatización y robotización con un nuevo modelo de organización que permite la máxima flexibilidad de los efectivos, permite asegurar un mayor índice de producción con la mitad del capital y entre un 40 y un 80% menos de empleos. Ejemplos no faltan: de los 90 millones de empleos que suministra el sector privado de los EEUU, alrededor de 25 millones podrían ser suprimidos, según el insos pechado Wall Street Journal; cada año las empresas norteamericanas suprimen más de dos millones de empleos, según la estadística de la revista Fortune; en Alemania, 9 millones de empleos, sobre un total de 33, desaparecerán en los próximos años, según las cifras del Instituto de Estadística McKinsey, con lo que la tasa de desempleo sería de casi el 40%. En la escala mundial existen hoy entre 800 y 1000 millones de desempleados y que, en el plazo de aquí al 2025, habría que crear alrededor de 1.500 millones de empleos para aquellas personas que entrarán, por primera vez, al mercado laboral, según datos del Banco Mundial. La sociedad salarial fordista tiene muy pocas promesas o esperanzas para estos problemas. En el caso particular argentino, si el sujeto es el movimiento, el movimiento es una totalidad sintetizada en la figura del posfordismo, el obrero social. ¿qué obrero social en la Argentina? ¿qué composición de clase en el "Capital-Parlamentarismo"? Organización y composición de clase son una misma dimensión, un mundo bifronte, decisivo para la estrategia y la táctica del movimiento. Con datos de octubre del 2001 (el benemérito INDEC) tenemos para todos los aglomerados urbanos un 34% de ocupados, de los cuales un 72% son asalariados, de los cuales un 38% son autónomos, valga la paradoja. Si a esto se le suma un 18,3% de desocupación oficial, más un 16,4% de subocupación demandante y no demandante (lo que significa que casi un 35% fue o quiere ser asalariado) nos da un total de 79,3% de la fuerza de trabajo sobre la población actual. La desagregación nos da el siguiente resultado: 13,8% en la industria, 7% en la construcción, 23,7% en comercio, 46,9% en servicios y 7,9% en tra nsporte.

Pero hay más: para una cantidad cada vez mayor de argentinos, la discusión sobre si conviene un sistema previsional de reparto o de capitalización es ociosa. Son quienes, más allá del modelo que sea impulsado, no podrán jubilarse ni alcanzar una magra pensión no contributiva. En sólo siete años más, es decir, en 2010, cuatro de cada diez personas de 65 años o más no tendrán acceso ni a una jubilación ni a una pensión. De ellas, el 80% vivirá en hogares pobres. Hoy la exclusión afecta al 34,5% de la población que ya cumplió la edad del retiro laboral. El postfordismo es un estado de excedencia, de exclusión sistémica: esto es lo que debe discutir una verdadera estrategia de izquierda. La estimación surge de un trabajo de la consultora Equis. El estudio señala que mientras que hoy son 1.237.000 los mayores desprotegidos, en 2010 serán 1.600.000, si es que continúa el ritmo de crecimiento de la informalidad, y aun cuando haya leves caídas de los índices de pobreza y de sempleo. Así, mientras que la población total de 65 años o más crecería un 11,5% hasta 2010, la cantidad de personas sin cobertura aumentaría un 29,3 por ciento. El informe aporta un dato que revela la fuerza del deterioro de la situación en los últimos años: en 1991, la falta de cobertura afectaba al 24,7% de los mayores, por lo que el índice creció, en 10 años, un 39,6 por ciento. Los datos corresponden a los censos poblacionales realizados por el Indec. Si bien por un efecto lógico de la distribución poblacional el mayor número de personas desprotegidas vive en la provincia de Buenos Aires, la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Santa Fe, las jurisdicciones con porcentajes más elevados de personas sin jubilación son Formosa (55,9%), Misiones (54,6%), Chaco (51%) y Corrientes (50,9 por ciento). En el otro extremo se ubican la ciudad de Buenos Aires, con el 25,4% de sus habitantes mayores sin jubilación ni pensión, y La Rioja, donde los que no tienen cobertura son el 2 7,3 por ciento. El trabajo de Equis analiza qué ocurre en la raíz del problema, definida como la falta de aportes durante la vida laboral, la otra cara de las relaciones de producción postfordistas. Entre 1990 y 2003, destaca, el trabajo informal pasó del 25,3 al 45,1%, en tanto que el desempleo pasó del 6 al 21,4% (si no se considera como ocupados a quienes reciben planes sociales), y el subempleo subió del 8,1 al 18,8 por ciento. La relación entre las condiciones del mercado laboral postfordista y el acceso a un haber jubilatorio es indiscutible. Por eso, cuando los especialistas en la materia y los funcionarios del "Capital- Parlamentarismo" afirman que una reforma previsional debe tender a ampliar la cobertura también advierten que difícilmente ello pueda lograrse sólo a partir de una nueva ley jubilatoria. Porque el derecho en el capitalismo sigue al mercado. Si bien se prevé la conveniencia de otorgar prestaciones asistenciales, se señala que ésa no es la solución real a un problema que tiene su raíz en la alta informalidad del mercado laboral. Las personas subsidiadas, como las que hoy cobran, por el plan Adultos Mayores, un ingreso mensual de $ 150, son, entre los pasivos, el equivalente a lo que representan en la población activa los desocupados y los trabajadores que están en negro.

El informe de Equis destina un capítulo a analizar la relación entre pobreza y falta de acceso a un haber previsional. Según los datos de la encuesta de hogares del Indec de mayo pasado, en la franja que agrupa al 40% más pobre de los trabajadores, más del 70% no realiza aportes jubilatorios, en tanto que en el grupo que reúne al 20% que tiene mejores ingresos, el índice cae al 20,4 por ciento. Según los resultados de la encuesta, el 28,3% de los mayores (1.012.060 personas) es pobre, en tanto que en diciembre de 2001, antes de la devaluación, el índice era del 15,6%. Si se cumple el pronóstico sobre población no cubierta en 2010, el trabajo de Equis estima que la pobreza en este segmento de la población se elevaría al 32,8%. El trabajo concluye también que el 60% de la pobreza de los habitantes del país mayores de 65 años se explica por la falta de ingresos jubilatorios. Como la evasión previsional debe ser considerada un problema dentro de la evasión impositiva en general, "aunque no existieran impuestos al trabajo y sí otras altas cargas impositivas, una empresa probablemente evitaría declarar trabajadores para ser consistente con la no declaración (o subdeclaración) de su actividad". La afirmación es parte de las conclusiones de un reciente trabajo del economista Ruffo, del Ieral. Según el informe, además de la presión tributaria general, hay al menos otros dos factores que explican el alto índice de trabajo en negro y la consecuente baja tasa de cobertura de la seguridad social: las regulaciones laborales impuestas por viejos convenios y el costo diferencial que implica generar un puesto formal en relación con uno informal (es decir: uno fordista versus uno postfordista). Respecto de este último aspecto, Ruffo señala que "un puesto declarado implica un 70% más de costo frente a una relación informal". Pero agrega que estos costos, si bien constituyen un incentivo a no declarar, no explicarían el incremento de la informalidad, porque las contribuciones cayeron fuertemente entre 1993 y 2000. El diferencial de costos se amplía, según el economista, en etapas recesivas: en esos momentos el sector formal provoca una expulsión neta de trabajadores y los desempleados se vuelcan al sector informal, lo que provoca, a su vez, que caigan los salarios en negro.

El informe advierte que la decisión del Gobierno de incrementar los salarios del sector privado es una medida que, lejos de mejorar la distribución del ingreso, la empeora, porque privilegia al sector formal por encima del informal. También expone cuestionamientos al plan de controles del trabajo en negro, ya que, según señala, si no se acompaña con medidas de incentivo a la formalidad se corre el riesgo de que algunas empresas no puedan subsistir "o eviten tomar más trabajadores". El trabajo del Ieral no sólo hace referencia a la falta de cobertura futura de esos trabajadores. Hace hincapié en las falencias que se sufren en la etapa activa por estar al margen de beneficios como el de un plan de salud, el seguro de accidentes laborales y la posibilidad de cobrar el seguro de desempleo.

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Prefacio Multitud: Vida en común

Michael Hardt, Toni Negri

La posibilidad de democracia en escala global está hoy emergiendo por primera vez. Este libro trata de esa posibilidad, de lo que denominamos el proyecto de la multitud. El proyecto de la multitud no solamente expresa el deseo de un mundo de igualdad y libertad, no sólo demanda una sociedad democrática global abierta e incluyente, sino que también provee los medios para lograrlo. Ese es el modo en que finalizará nuestro libro, pero no puede comenzar allí.

Hoy, la posibilidad de democracia está oscurecida y amenazada por el aparentemente permanente estado de conflicto en todo el mundo. Nuestro libro debe comenzar por este estado de guerra. Es verdad que la democracia ha permanecido como un proyecto incompleto durante toda la era moderna, en todas sus formas nacionales y locales, y también es cierto que los procesos de globalización de las décadas recientes han sumado nuevos desafíos, pero el principal obstáculo para la democracia es el estado de guerra global. En nuestra era de globalización armada, el sueño moderno de democracia puede parecer irremediablemente perdido. La guerra siempre ha sido incompatible con la democracia. Tradicionalmente, la democracia ha sido suspendida durante los tiempos de guerra y de temporarios emplazamientos del poder en una fuerte autoridad centralizada para confrontar la crisis. Como el actual estado de guerra es tanto a escala global como de larga duración, sin final a la vista, también la suspensión de la democracia se torna indefinida o incluso permanente. La guerra adopta un carácter generalizado, estrangulando toda la vida social e imponiendo su propio orden político. Así, la democracia parece inalcanzable, enterrada bajo las armas y los regímenes de seguridad de nuestro permanente estado de conflicto.

Sin embargo, nunca ha sido tan necesaria la democracia. Ningún otro camino nos proveerá de una salida para el miedo, la inseguridad y la dominación que invaden nuestro mundo en guerra; ningún otro camino nos conducirá a una pacífica vida en común.

Este libro es la continuación de nuestro libro Imperio, que se ocupó de la nueva forma global de soberanía. Aquel libro intentó interpretar la tendencia del orden político global durante su formación, es decir, reconocer cómo, desde una diversidad de procesos contemporáneos, está surgiendo una nueva forma de orden global, que llamamos Imperio. Nuestro punto de partida fue el reconocimiento de que el orden global contemporáneo ya no puede ser entendido adecuadamente en términos de imperialismo, tal como era practicado por los poderes modernos, basados principalmente en la soberanía del Estado-nación extendida sobre territorios extranjeros. En su lugar, una “red de poder”, una nueva forma de soberanía, está emergiendo, e incluye entre sus elementos primarios, o nodos, a los Estados-nación dominantes junto con instituciones supranacionales, las grandes corporaciones capitalistas y otros poderes. Este poder en red, afirmamos, es “imperial”, no “imperialista”. Por supuesto, no todos lo poderes dentro de la red del Imperio son iguales-al contrario, algunos Estados-nación poseen un enorme poder y otros casi ninguno, y lo mismo es cierto para las diversas corporaciones e instituciones que conforman la red-pero pese a las diferencias deben cooperar para crear y mantener el actual orden global, con todas sus divisiones internas y jerarquías.

De este modo, nuestra noción de Imperio corta en diagonal los debates sobre unilateralismo o multilateralismo o pro-Americanismo o Anti-Americanismo como las únicas alternativas políticas globales. Por una parte sostenemos que ningún Estado-nación, ni siquiera el más poderoso, ni siquiera los Estados Unidos, pueden “ir solos” y mantener el orden global sin colaborar con los otros grandes poderes en la red del Imperio. Por otra, declaramos que el orden global contemporáneo no se caracteriza y no puede ser sostenido por una participación igual de todos, ni siquiera por una elite de Estados-nación, como en el modelo de control multilateral bajo la autoridad de las Naciones Unidas. En realidad, múltiples divisiones y jerarquías, a lo largo de líneas regionales, nacionales y locales, definen nuestro actual orden global. Nuestra afirmación no se refiere simplemente a que el unilateralismo y el multilateralismo como han sido presentados no son deseables, sino que no son posibles dadas nuestras actuales condiciones, y que los intentos por ir tras ellos no podrán mantener al actual orden global. Cuando decimos que el Imperio es una tendencia, queremos decir que es la única forma de poder con posibilidad de sostener al actual orden global de un modo perdurable. Por ello, se debe responder a los proyectos globales unilaterales de Estados Unidos con la irónica amonestación del Marqués de Sade: “Américains, encore un effort si vous voulez étre imperials” (“¡Americanos, deben esforzarse más si quieren ser imperiales!”)

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