El texto, inédito hasta ahora, es reproducción de la conferencia impartida por el autor en la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife, con motivo de un ciclo organizado por dicha institución en el año 2000 sobre libros prohibidos.
Debo agradecer a mi buena amiga de hace tantos años, Isabel Pérez Schwarz, la invitación que me ha hecho como Directora de la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife, para participar en esta serie de conferencias sobre lecturas prohibidas o censuradas a través de la historia.
Como todos ustedes saben, desde antiguo, la expresión cultural espontánea sufre diversas formas de represión ideológica, de prohibición absoluta o de censura, ejecutadas por los poderes establecidos contra lo que se supone puede socavar la autoridad o el orden moral. Los ejemplos de intolerancia que representan la Inquisición, el Índice de libros prohibidos por la Iglesia, las hogueras de libros quemados por los nazis, los procesos políticos estalinianos, la caza de brujas del senador Mc Carthy o la censura previa de todas las publicaciones por la policía administrativa franquista, no son más que casos exacerbados de un fenómeno mucho más amplio de refracción ideológica bajo el yugo de la cultura dominante. De todas formas, siempre es preferible que se quemen los libros a que se quemen los autores de los libros. Desde la moral del poder y la óptica oficialista, siempre se ha tendido a demarcar lo tolerable y lo prohibido, la conformidad y la disidencia, la ortodoxia y la trasgresión, generándose un principio de censurabilidad ideológica difusa que funciona subrepticiamente a lo largo de todas las expresiones culturales, incluso en los regímenes políticos que hacen declaración explícita de libertad de expresión.
En nuestra época, lejos de haberse cumplido el ideal ilustrado del libre pensamiento, los métodos de exclusión se han hecho mucho más complejos y sutiles, a través del control del mercado de la cultura por las grandes empresas multinacionales, cuya influencia oligopolística sobre los medios de emisión cultural se realiza de manera oculta y privada. En una cultura masmediotizada como la nuestra, en la que ya todo es mercantilizable, – dios, patria, sexo, órganos, verdad, ocio y genes –, el criterio de rentabilidad publicitaria puede funcionar, de hecho, como una censura excluyente. En esa situación, el mercado mismo es la censura.
PANFLETO POLÍTICO
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