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¿Sigue siendo imperialista el imperialismo? Una respuesta a Patrick Bond

Walter Daum

Una nueva respuesta al debate que se inició en enero de 2018 con la publicación en las páginas de la Review of African Political Economy (ROAPE) de un artículo de John Smith critico con la visión de David Harvey sobre el imperialismo en el siglo XXI. Tras esa crítica inicial a la posición de Harvey, y la respuesta de Harvey, publicamos la contraréplica de Smith. No hubo más intervenciones de ninguno de los dos, pero sí de otros autores que se incorporaron al debate. Seguimos por tanto con una primera respuesta de Adam Mayer a la que sigue la de Patrick Bond que es a su vez criticada por esta de Walter Daum.

 

En «Hacia una teoría más amplia del imperialismo» Patrick Bond se une al debate entre John Smith y David Harvey en roape.net sobre la dirección del imperialismo en la actualidad. Critica a ambos por pasar por alto la categoría de subimperialismo, un concepto que puede ayudar a aclarar algunas cuestiones. Pero al hacer hincapié en éste y otros asuntos importantes como la destrucción del medio ambiente y la opresión de género, Bond elude la cuestión principal sobre la que Smith reta a Harvey: ¿cuál es la realidad del imperialismo actual? ¿Es tan diferente del sistema descrito y analizado por Lenin, Luxemburg y otros marxistas hace un siglo que las potencias imperialistas tradicionales ya no extraen valor de los recursos y el trabajo de la mayor parte del mundo?

Bond es más crítico con Smith que con Harvey, ya que menosprecia el «anticuado binario de naciones oprimidas y opresoras» de Smith, al igual que Harvey rechaza la «teoría fija y rígida del imperialismo» de Smith. Pero al evitar la cuestión clave, Bond está en realidad encubriendo a Harvey: centrarse en la teoría del subimperialismo sirve para ocultar la insostenibilidad de la posición de Harvey sobre el propio imperialismo.

¿Se ha invertido la fuga de riqueza?

Empecemos por el principio. Smith abrió el debate cuestionando una afirmación de Harvey:

Los que pensamos que las viejas categorías del imperialismo no funcionan demasiado bien en estos tiempos no negamos en absoluto los complejos flujos de valor que expanden la acumulación de riqueza y poder en una parte del mundo a expensas de otra. Simplemente pensamos que los flujos son más complicados y cambian constantemente de dirección. El histórico drenaje de riqueza de Oriente a Occidente durante más de dos siglos, por ejemplo, se ha invertido en gran medida en los últimos treinta años (Harvey, 2016: 169).

Como dice Smith, se trata de una afirmación sorprendente. Si los flujos de riqueza y poder están cambiando de dirección e incluso se han invertido en los últimos años sugiere que la fuga de valor durante siglos desde los países africanos, asiáticos y latinoamericanos hacia los centros imperialistas de Europa Occidental y Norteamérica ha terminado: ¡aparentemente ahora los países históricamente oprimidos del Sur (o del «Este») están explotando a las potencias imperialistas!

Pero Harvey no dice exactamente esto. Utiliza las denominaciones Occidente y Oriente en lugar de las metáforas ya habituales Norte Global y Sur Global, abreviatura de las potencias imperialistas y de aquellos a quienes explotan. El Este y el Oeste de Harvey, por el contrario, son términos puramente geográficos y, por tanto, analíticamente poco útiles. Su Oriente incluye un país imperialista rico, Japón, junto con muchos países pobres y oprimidos como Vietnam y Bangladesh. También incluye a China, un país que logró su independencia del imperialismo a través de la revolución y que en los últimos años ha alcanzado tasas récord de crecimiento económico al poner su enorme mano de obra a disposición de la superexplotación imperialista, pero que sigue siendo pobre per cápita. Así pues, el «Oriente» de Harvey es, en el mejor de los casos, confuso.

Harvey respondió a Smith afirmando que Smith había malinterpretado su intención: no pretendía que su oposición Este/Oeste significara Sur/Norte. Si es así, ¿qué quiere decir Harvey? Parece estar criticando «las viejas categorías del imperialismo», pero luego da marcha atrás y dice que eso no es lo que significa Este/Oeste. De hecho, se reafirma en su categoría de Oriente. Dos países orientales, China y Japón, señala, con bastante precisión, tienen ahora la segunda y tercera economías más grandes del mundo; y «los chinos y los japoneses poseen ahora grandes partes de una deuda pública estadounidense en espiral».

Como señala Smith, su argumento apareció anteriormente en el libro El Imperio del Capital. Allí, después de citar un documento del Departamento de Estado de EE.UU. que observa que «el cambio sin precedentes en la riqueza relativa y el poder económico aproximadamente de oeste a este ahora en curso», Harvey añadió:

Este «desplazamiento sin precedentes» ha invertido la prolongada fuga de riqueza del este, sudeste y sur de Asia hacia Europa y Norteamérica que se venía produciendo desde el siglo XVIII. El ascenso de Japón en la década de 1960, seguido de Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong en la década de 1970, y luego el rápido crecimiento de China después de 1980, más tarde acompañado de brotes de industrialización en Indonesia, India, Vietnam, Tailandia y Malasia durante la década de 1990, ha alterado el centro de gravedad del desarrollo capitalista, aunque no lo ha hecho sin problemas (2011: 35).

Esto hace que la oposición Este/Oeste sea aún más confusa. El militarismo y el imperialismo japoneses dominaron y explotaron partes de Asia Oriental desde finales del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, y Japón vuelve a hacerlo hoy en día a través de su poderío económico. Por lo tanto, Japón no puede formar parte de ningún cambio en la forma en que se drena el valor entre Oriente y Occidente: él mismo está en Oriente y drena valor de Oriente (ahora como en el pasado), así como de muchos otros países de todo el mundo.

El papel de China

China, por supuesto, es el peso pesado de Oriente y, debido a su peso económico, el centro de gravedad de la economía mundial se ha desplazado hacia el Este. Alrededor del 80% de los trabajadores industriales del mundo se encuentran ahora en el Sur, la mayoría de ellos en China (un dato revelador sobre el que Smith llamó la atención y que supone una inversión casi exacta de la proporción existente a mediados del siglo pasado). El nuevo papel de China significa que allí se produce una gran cantidad de plusvalía; pero no determina por sí mismo a qué bolsillos fluye la nueva plusvalía.

Smith respondió a Harvey demostrando, una vez más, que los beneficios capitalistas se siguen recogiendo principalmente en los países imperialistas de «Occidente» (más propiamente el Norte Global, que incluye tanto a Australia como a Japón). La fuga de riqueza del Sur hacia el Norte continúa, y lo mismo ocurre (a pesar de la presencia imperialista de Japón en el Este) con su variante distorsionada del Este hacia el Oeste.

No obstante, se plantea una segunda cuestión importante: si las viejas categorías del imperialismo no funcionan, ¿es porque China ha cruzado la línea divisoria y se ha transformado de uno de los países más explotados del mundo en uno de los explotadores? En particular, dado que China ha acumulado un enorme fondo de capital que invierte en todo el mundo, ¿significa esto que la plusvalía fluye ahora hacia China? Y si esto es cierto, ¿es China ahora imperialista por derecho propio?

Sí, parte de la plusvalía fluye hacia China, sobre todo desde el Sur. Pero el notable crecimiento económico de China se basa en la superexplotación de su propio proletariado, sobre todo de los cientos de millones de trabajadores rurales desplazados, expulsados de sus tierras y trasladados a las ciudades costeras, donde trabajan semanas extraordinarias, viven a menudo en cubículos o dormitorios y se les prohíbe legalmente el derecho fundamental a la atención sanitaria y a la educación de sus hijos. Esa superexplotación extrema (no sólo extrayendo una tasa de explotación extraordinariamente alta, sino incluso pagando salarios por debajo de lo necesario para reproducir la fuerza de trabajo de la clase obrera) ha creado una gran cantidad de plusvalía, gran parte de la cual va a parar a los inversores imperialistas. Ese flujo sigue yendo de Oriente a Occidente.

Y sí, el capital chino se embolsa parte de la plusvalía producida allí, y parte de ella se invierte en el extranjero, tanto en países pobres del sudeste asiático y África, donde los trabajadores pueden cobrar incluso menos que en China, como en empresas, acciones y bonos en Occidente. Pero a pesar del superávit neto de sus activos en el extranjero, «China sigue siendo un pagador neto de intereses al mundo debido a las menores tasas de rendimiento de sus activos en el extranjero». China posee casi 2 billones de dólares en bonos del Tesoro de Estados Unidos, que rinden unos tipos de interés de unos pocos por ciento en el mejor de los casos -cerca de cero, como se ha regodeado Larry Summers. En contraste, los inversores imperialistas en China ganan actualmente veinte o treinta veces esa tasa[1]. Tony Norfield señaló cómo se ve esto desde el lado imperialista: «Un punto clave es que los costes de los intereses de los préstamos extranjeros de EEUU han sido mucho menores que los rendimientos de las inversiones extranjeras de EEUU. Esto ha permitido a Estados Unidos mantener unos ingresos netos de inversión positivos, a pesar del persistente y abultado déficit de su posición de inversión extranjera» (Norfield, 2016: 169). Todo esto sugiere poderosamente que el flujo de plusvalía de Estados Unidos a China no coincide con el que Occidente extrae de China.

Para resumir la afirmación de Harvey, existe una diferencia entre el equilibrio cambiante de la riqueza entre Oriente y Occidente, por un lado, y el flujo o fuga de riqueza entre esas regiones nebulosamente definidas, por otro. No cabe duda de que «Oriente» ha ganado relativamente en riqueza, principalmente debido a la producción de energía en Oriente Medio y Rusia y a la industria manufacturera en Japón, los Tigres y China. Pero eso no significa que se haya producido un cambio de época en el flujo de valor; es muy dudoso que los flujos direccionales de siglos se hayan invertido y que Oriente, incluida China, esté drenando valor de Occidente. Por supuesto, algunos países del Este, incluida China, también están drenando valor del Sur. Pero eso no es lo que dijo Harvey.

Subimperialismo

Volvamos ahora a Bond. El propósito de introducir la teoría del subimperialismo en el argumento es aparentemente mostrar que la fuga de valor de Sur a Norte, el binario «poco convincente» además de anticuado de Smith, tiene que complementarse con relaciones más complejas y matizadas entre Estados. Es cierto que la «división de las naciones en opresoras y oprimidas … [que] constituye la esencia del imperialismo» de Lenin no se puede trasladar sin más de hace un siglo al presente; hay que basarse en ella para dar cuenta de la aparición de naciones que presentan aspectos de ambas, que son a la vez explotadoras y explotadas. Con ese fin, Ruy Mauro Marini introdujo en los años setenta el concepto de subimperialismo. Bond, citando un trabajo anterior de Smith, nos recuerda la contribución de Marini:

Marini se centró en la elaboración del poder subimperial ejercido por Estados que se incorporan al sistema occidental como agentes regionales del imperialismo, en el que, coincide Smith, «economías dependientes como Brasil tratan de compensar la fuga de riqueza hacia los centros imperialistas desarrollando sus propias relaciones de explotación con economías vecinas aún más subdesarrolladas y periféricas».

Marini expuso su teoría en numerosas obras. Según mi interpretación, Marini considera que un Estado es subimperialista si no es imperialista en general (su economía es «dependiente») pero desempeña un papel similar al imperialismo a nivel local. Bond parece estar de acuerdo, ya que se refiere al poder subimperial como «ejercido por Estados que se incorporan al sistema occidental como agentes regionales del imperialismo», y comparte la interpretación de Marini de que las economías subimperialistas son dependientes. Además, Bond ha realizado un valioso trabajo al demostrar que los Estados BRICS no son opositores incondicionales del imperialismo neoliberal, sino más bien cómplices de él; sus estudios sobre Sudáfrica, en particular, amplían el análisis más allá del ejemplo original de Marini sobre Brasil.

Sin embargo, al responder a Smith, Bond socava su propia comprensión del subimperialismo al referirse favorablemente a la versión de Alex Callinicos, que (como él cita) abarca «una amplia categoría que incluye a Vietnam, Grecia, Turquía, India, Pakistán, Irán, Irak y Sudáfrica». Vietnam no pertenece a esta categoría: dado que sus costes laborales son casi mínimos y sus salarios equivalen a un tercio de los de la China costera, el capital chino se desplaza allí y no al revés; tampoco es militarmente la potencia regional en un vecindario que incluye a China. Callinicos tampoco da en el blanco en el otro extremo de su amplio espectro subimperialista: incluye a Australia, como si fuera un país fundamentalmente explotado por el imperialismo en lugar de una potencia de segundo nivel pero plenamente imperialista (1994: 45, 51).

Tampoco estoy de acuerdo en que la categoría subimperialista deba incluir a todos los BRICS. Rusia, por ejemplo, destaca como potencia imperialista de pleno derecho por derecho propio, aunque su economía no pueda equipararse a las de las principales potencias occidentales. En ese sentido, existen paralelismos entre la Rusia de Putin y la Rusia zarista de hace un siglo; recuérdese que todos los teóricos marxistas clásicos consideraban a Rusia como imperialista, de forma atípica, debido a su peso militar y político. En cuanto a China, dado que sigue siendo más explotada que explotadora, en ese aspecto encaja en el modelo subimperialista. Pero ejerce un poder y una influencia más globales que regionales. Si es subimperialista, va más allá de la definición de Marini (y de Bond): sería un subimperialista global sui generis.

Dejando a un lado la cuestión de cómo caracterizar a China en teoría, para ver cómo afecta al debate Smith-Harvey es útil examinar más de cerca su estatus económico global. Incluso si elude el «binario anticuado», ¿justifica su papel la afirmación de que «la histórica fuga de riqueza de Oriente a Occidente… se ha invertido en gran medida»?

Bond presenta pruebas de que «las empresas de los BRICS se convirtieron en algunas de las corporaciones más superexplotadoras dedicadas a la acumulación no sólo en su propio territorio, sino también en África». Esto, argumenta, refuerza el reconocimiento de Harvey en general de «complejas formas de producción, realización y distribución espaciales, interterritoriales y específicas de cada lugar» y, en particular, que en África «las empresas y los fondos de riqueza chinos están muy por delante de todos los demás en sus adquisiciones». Esto sugiere que China está drenando más riqueza de África que Occidente, de modo que incluso si el flujo de riqueza de Este a Oeste no se ha invertido, al menos el flujo de Sur a Este ha superado al flujo de Sur a Oeste; en ese caso, gran parte del drenaje potencial de África por parte de Occidente habría sido sustituido por el de China.

Pero ni siquiera esa inversión se está produciendo. Aunque China practica la tradicional política comercial imperialista de obtener materias primas de Estados de África y América Latina y venderles productos manufacturados, socavando a menudo las industrias locales, «China no es el mayor inversor en ninguna parte del mundo: es el cuarto mayor inversor en África, el tercero en América Latina y el tercero incluso en su propio patio trasero, el Sudeste Asiático». El Reino Unido y Francia, seguidos de Estados Unidos, siguen siendo los mayores inversores en África[2]. En 2016, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) afirmó que las inversiones chinas en la región constituyen apenas el 1 por ciento de las entradas totales de todos los países inversores[3]. Así pues, China está lejos de suplantar a las potencias imperialistas tradicionales de Occidente en la explotación de los recursos y la mano de obra de África.

Bond critica a Smith por no mencionar el papel de los BRICS en la exacerbación tanto de la superexplotación como de la devastación medioambiental. Pero las abundantes pruebas que Bond aporta sobre las depredaciones de los BRICS no abordan la cuestión que Smith plantea contra Harvey, a saber, que el flujo de riqueza y valor de Este a Oeste no sólo se ha visto modificado por el ascenso de China especialmente, sino que se ha invertido. Bond ni siquiera menciona la cuestión Este-Oeste en su respuesta.

Bond tiene razón en que el análisis de Smith sobre China es teóricamente inadecuado, pero ese no era el propósito de Smith aquí. Comparto la opinión de Smith de que la tasa de explotación de los trabajadores chinos es muy superior a la de Occidente y de que «existe una enorme diferencia entre una “nación emergente” cuyos dirigentes sueñan con convertirse en una nueva hegemonía imperialista y las potencias imperialistas realmente existentes que no pueden tolerar tal insubordinación». Harvey, en cambio, parece creer que China ya es una potencia imperialista emergente: no lo dice explícitamente, pero es una deducción razonable de su desdén por la «tosca y rígida teoría del imperialismo que defiende John Smith» y su preferencia por un «análisis más abierto y fluido de las hegemonías cambiantes dentro del sistema mundial»1.

En cualquier caso, estoy de acuerdo con Patrick Bond en que el análisis del subimperialismo puede enriquecer el debate. Ayuda a desengañar a los lectores de la idea de que China y sus compañeros de los BRICS son una alternativa al imperialismo, demostrando que también están explotando al Sur. Sin embargo, también demuestra que los BRICS no están explotando a Occidente, por lo que refuta el argumento de Harvey, no el de Smith.

Walter Daum es autor de The Life and Death of Stalinism: a Resurrection of Marxist Theory (1990) y de artículos sobre análisis económico marxista. Enseñó matemáticas en el City College de Nueva York durante 35 años.

Referencias

Alex Callinicos, «Imperialism Today», en Marxism and the New Imperialism (Bookmarks, 1994).

David Harvey, en Prabhat Patnaik y Utsa Patnaik, A Theory of Imperialism (Columbia University Press, 2016).

David Harvey, The Enigma of Capital (Profile Books, 2011).

Tony Norfield, The City: London and the Global Power of Finance (Verso, 2016).

Notas

[1] «Según el Conference Board, el rendimiento medio de las inversiones de las multinacionales estadounidenses en China fue del 33% en 2008. En el mismo periodo de tiempo, un equipo del Banco Mundial descubrió que el rendimiento medio de las inversiones de las multinacionales en general en China era del 22 por ciento. Por el contrario, en 2008, el rendimiento del Tesoro estadounidense a 10 años fue inferior al 3%». (Yu Yongding, «Desequilibrios en el sistema de pagos internacionales de China», Instituto para el Nuevo Pensamiento Económico, 13 de julio de 2017; https://www.ineteconomics.org/perspectives/blog/imbalances-in-chinas-international-payments-system.)

[2] El Informe sobre las Inversiones en el Mundo 2015 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio e Inversiones (UNCTAD) cifra la IED china en África (2013-2014) en el 4,4 % del total de la inversión extranjera.

[3] En 2015, China fue el noveno mayor inversor en África, representando el 3% de las entradas de inversión mundial, por detrás de Italia (7,4%), Estados Unidos (6,8%) y Francia (5,7%). Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), «Does China dominate global investment?» (2018); https://chinapower.csis.org/china-foreign-direct-investment/.

 

 

Fuente: ROAPE, 16 de mayo de 2018 (https://roape.net/2018/05/16/is-imperialism-still-imperialist-a-response-to-patrick-bond/)

2 comentarios en «¿Sigue siendo imperialista el imperialismo? Una respuesta a Patrick Bond»

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