Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Hacia una teoría más amplia del imperialismo

Patrick Bond

Una nueva respuesta al debate que se inició en enero de 2018 con la publicación en las páginas de la Review of African Political Economy (ROAPE) de un artículo de John Smith critico con la visión de David Harvey sobre el imperialismo en el siglo XXI. Tras esa crítica inicial a la posición de Harvey, y la respuesta de Harvey, publicamos la contraréplica de Smith. No hubo más intervenciones de ninguno de los dos, pero sí de otros autores que se incorporaron al debate. Seguimos por tanto con una primera respuesta de Adam Mayer a la que sigue esta de Patrick Bond.

 

Dos destacados críticos del imperialismo –John Smith y David Harvey– han mantenido recientemente una agria disputa en roape.net sobre cómo interpretar los procesos de superexplotación que se desplazan geográficamente. El riesgo es que ocultan rasgos cruciales del objeto de su ira conjunta: los injustos procesos de acumulación y la geopolítica que enriquecen a los ricos y expolian el medio ambiente mundial. Otro destacado marxista, Claudio Katz, nos ha recordado recientemente uno de esos rasgos que merece mucha más atención: La teoría del subimperialismo de Rau Mauro Marini de los años 60-70, que fusiona agendas imperiales y semiperiféricas de poder y acumulación con procesos internos de superexplotación.

El concepto de subimperialismo puede resolver algunas de las disputas entre Smith y Harvey. El libro de Smith Imperialism in the 21st Century tiene como fundamento esta fórmula:

la división imperialista del mundo en naciones oprimidas y opresoras ha dado forma a la clase obrera mundial, en cuyo centro se encuentra la supresión violenta de la movilidad internacional de la mano de obra. Al igual que las infames leyes de pases personificaron el apartheid en Sudáfrica, los controles de inmigración forman el eje de un sistema económico global similar al apartheid que niega sistemáticamente la ciudadanía y los derechos humanos básicos a los trabajadores del Sur y que, como en la Sudáfrica del apartheid, es una condición necesaria para su superexplotación[1].

Esto es un comienzo, pero una crítica marxista-feminista-ecológica-consciente de la raza al imperialismo necesita una base más sólida. Los problemas de Smith empiezan con la metáfora de Sudáfrica y se extienden al binario poco convincente de naciones oprimidas y opresoras, cuyo principal defecto es que resta importancia a las clases dominantes nacionales que aspiran a pasar de las primeras a las segundas. El análisis tampoco incorpora aspectos de la «desglobalización» que son cada vez más evidentes en esta coyuntura (incluso antes de que estalle por completo la guerra comercial de Trump y de que las actuales minicrisis de los mercados financieros conduzcan a otro colapso generalizado). El descuido de las relaciones multilaterales de poder y la formación de bloques geopolíticos también caracteriza el debate en parte estéril y en parte inspirador que Smith entabla con Harvey en su libro de 2016 Imperialism in the Twenty-First Century, en Monthly Review Online en 2017 y ahora en roape.net, el sitio web de la Review of African Political Economy en enero-marzo de 2018[2].

Los eslabones perdidos en las contribuciones tanto de Smith como de Harvey se refieren a los procesos de acumulación subimperial y a la lucha de clases, especialmente en un momento en que la llamada gobernanza global (multilateralismo) ha asimilado con éxito el desafío potencial del principal bloque de países semiperiféricos: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (los BRICS). Sin duda, esta categoría fue desplegada al menos brevemente por Harvey (en su libro de 2003 El nuevo imperialismo):

La apertura de los mercados mundiales, tanto de materias primas como de capitales, creó oportunidades para que otros Estados se insertaran en la economía mundial, primero como absorbentes y luego como productores de excedentes de capital. Se convirtieron entonces en competidores en la escena mundial. Surgieron lo que podríamos denominar «subimperialismos»… Cada centro de acumulación de capital en desarrollo buscó fijaciones espacio-temporales sistemáticas para su propio capital excedente definiendo esferas territoriales de influencia[3].

Este es el componente más vital: el desplazamiento del capital sobreacumulado a lugares geográficamente dispersos, especialmente los BRICS, y la redistribución de este capital en lugares de extracción de excedente aún más superexplotadores, como había proyectado Marini, incluidas las industrias extractivas de África, aunque no sin contradicciones debilitantes que deben plantearse sin rodeos. De ahí que también haya surgido un sistema ligeramente renovado para la gestión global de estas contradicciones, aunque Smith y Harvey le resten importancia en este reciente debate[4].

En pocas palabras, las estructuras de poder del neoliberalismo global atrajeron sin pausa a los BRICS durante la última década, especialmente en relación con las finanzas mundiales (durante la era de reformas del Fondo Monetario Internacional de 2010-15), el comercio (en la Organización Mundial del Comercio en 2015) y las políticas climáticas (en las Naciones Unidas de 2009-15). Las «reformas» multilaterales promovidas por las potencias subimperiales amplían la acumulación de sus propias corporaciones y desplazan sus propios contragolpes de clase, sociales y ecológicos, aunque de nuevo con profundas contradicciones. Y hay pocos lugares donde este tipo de procesos sean más evidentes que aquí en Sudáfrica.

La compleja geografía de la superexplotación del apartheid

En primer lugar, cualquier metáfora sudafricana necesita más matices que la típica narración de la superexplotación de blancos y negros. El sistema del apartheid superexplotó a los trabajadores, no sólo negándoles la ciudadanía y los derechos humanos básicos en el punto de producción. También existían profundas relaciones geográficas: segregación urbana (la «Ley de Áreas Agrupadas» que regulaba la residencia); escalas nacionales y regionales de migración reguladas por las Leyes de Pases y el poder político reforzado por el ejército sudafricano sobre el suministro de mano de obra; y el papel de Sudáfrica en la división global del trabajo y la geopolítica[5]. Todo ello permitió que el suministro de cuerpos negros sirviera no sólo a las empresas transnacionales, sino también a los procesos locales de acumulación de capital (por ejemplo, las fortunas de las familias Oppenheimer y Rupert), la formación de clases, el racismo, las relaciones de poder basadas en el género y el estrés ecológico[6].

El argumento de Smith aquí, correcto pero incompleto, es que el apartheid suministraba fuerza de trabajo por debajo del coste de reproducción a lo largo de lo que normalmente es el ciclo vital de un trabajador: la crianza infantil de los trabajadores está en un típico país capitalista avanzado subvencionada por guarderías y escuelas; sus enfermedades y lesiones están cubiertas por sistemas de asistencia médica, ya sean públicos o privados; y sus gastos de jubilación son el resultado de ahorros, pensiones y seguridad social, todo ello apoyado por programas empresariales o impuestos a las empresas. Durante el apogeo del apartheid, ninguno de estos aspectos de la reproducción social se proporcionaba a los trabajadores negros. Eso dejaba a las mujeres de las bantustanes al cuidado de los trabajadores jubilados, los trabajadores enfermos y los pre-trabajadores –los niños–, aparte de las pocas escuelas gestionadas por las misiones religiosas. Como resultado, las empresas pagaron impuestos y beneficios mucho más bajos. De hecho, disfrutaron de superbeneficios, entre los más altos del mundo, hasta que el sistema empezó a sufrir graves tensiones durante la década de 1970[7].

Smith utiliza correctamente la metáfora del apartheid a un nivel rudimentario, en la medida en que la relación migratoria fue testigo del desplazamiento de decenas de millones de trabajadores negros varones (11 de los 12 meses de cada año) a las ciudades, minas y plantaciones controladas y delimitadas espacialmente por los blancos, como «residentes temporales» en la tierra robada. Pero podría haber señalado que el pago por su fuerza de trabajo, por debajo del coste de su reproducción, estaba subvencionado por la opresión de las mujeres desplazadas a las zonas rurales por el apartheid y el colonialismo regional, con las consiguientes tensiones para las ecologías locales, a menudo hasta el punto del colapso y la destrucción formal del campesinado antaño autosuficiente. (En la literatura marxista sobre las «articulaciones de los modos de producción»[8] de Sudáfrica y su «desarrollo desigual y combinado»[9], este aspecto geográfico de la superexplotación es un tema central, aunque en ambas literaturas aún se podría hacer más para sacar a la luz los aspectos de género y medioambientales)[10].

Lo que Smith no considera adecuadamente ni en este caso ni globalmente, fue la evidente relación política entre el régimen de Pretoria y sus aliados patriarcales. Esta relación garantizaba una reproducción sistémica más amplia de mano de obra barata tanto en los bantustanes internos[11] como en los regímenes coloniales vecinos y posteriormente neocoloniales que facilitaron esta relación laboral de superexplotación hasta 1994. Escribir sobre el apartheid simplemente como una relación capital-trabajo racializada, sin estos aspectos de género, o el estrés ecológico asociado al hacinamiento en los bantustanes, o el aparato estatal global que organizó y mantuvo la superexplotación, es dejar de lado la mayor parte de la historia. Además, en el proceso, este olvido niega implícitamente una parte importante del movimiento de resistencia contra el apartheid.

Hoy en día, los modos rejuvenecidos (posteriores a 1994) de superexplotación de Sudáfrica merecen una atención similar. En agosto de 2012, en Marikana, a dos horas en coche al noroeste de Johannesburgo, se enviaron fuertes señales sobre las nuevas variedades de superexplotación, incluso dentro de un sistema usurero de microcréditos. Allí, tres docenas de mineros inmigrantes fueron asesinados a tiros y decenas más resultaron gravemente heridos, muchos de ellos lisiados de por vida; formaban parte de los cuatro mil que participaban en una huelga salvaje contra la corporación del platino Lonmin, exigiendo 1.000 dólares al mes por la minería en roca. La policía los trató como «criminales miserables» a petición explícita (enviada por correo electrónico) de Cyril Ramaphosa, que era el principal propietario local de la empresa londinense. En 2014 se convirtió en vicepresidente y en febrero de 2018 sustituyó a Zuma como presidente en un golpe de palacio, 15 meses antes de la fecha de jubilación de Zuma.

Teniendo esto en cuenta, el libro de Smith sólo hace un esfuerzo poco entusiasta por ampliar la útil metáfora del apartheid al modo actual de imperialismo. Para ampliarla de forma más convincente se requiere, en mi opinión, extender el aparato conceptual de Harvey al nivel de las relaciones de poder subimperiales que tan bien personifica Ramaphosa. Al igual que los antiguos señores de la guerra tribales de Bantustán que el régimen de Pretoria promovió al poder, ahora está surgiendo una élite de amortiguación a escala global que las potencias imperiales suelen encontrar útil en términos de legitimación, subvenciones financieras y funciones de ayudantes de sheriff, incluso cuando la retórica antiimperial se convierte en un irritante, como, por ejemplo, bajo el gobierno de Zuma de 2009-2018.

Del apartheid local al global: añadiendo a los BRICS como «élites bantustanes» subimperiales

Smith utiliza el análisis (muy convincente) del académico-activista de la minería Andrew Higginbottom en el que la superexplotación del apartheid sudafricano se estudia en términos teóricos[12], y a partir de ahí nos recuerda aspectos poderosos de la teoría de la dependencia centrada en África de Samir Amin y el análisis basado en Brasil de Ruy Mauro Marini. Ambos hacen hincapié en la superexplotación, pero los dos hacen mucho más:

• Amin siempre se ha preocupado por el equilibrio geopolítico general de fuerzas a escala mundial –no sólo en términos de transferencias de valor de Sur a Norte– y suele prestar especial atención a la forma en que la gobernanza mundial neoliberal ha surgido para acompañar la potencia militar neoconservadora de Washington[13].

• Marini se centró en la construcción del poder subimperial ejercido por los Estados que se incorporan al sistema occidental como agentes regionales del imperialismo, en el que, Smith está de acuerdo, «las economías dependientes como Brasil tratan de compensar la fuga de riqueza hacia los centros imperialistas desarrollando sus propias relaciones de explotación con economías vecinas aún más subdesarrolladas y periféricas»[14].

Smith tiene razón al recordar el compromiso de estos escritores (y de otros) con una «tesis de la dependencia» basada en «la realidad de las tasas extremas de explotación en las fábricas de ropa de Bangladesh, las cadenas de producción chinas, las minas de platino sudafricanas y los cafetales brasileños»[15]. Pero aparte del guiño simbólico a Marini –seguido inmediatamente por una confesión, «no se discute aquí»–, en un solo punto del libro Smith considera los procesos de propiedad y acumulación asociados con estos lugares de extracción subimperial de plusvalía. Lamentablemente, esto ocurre en una despectiva nota a pie de página después de atacar a Ellen Wood por:

reducir el imperialismo a la rivalidad interestatal entre grandes potencias antes de suprimirlo por completo: El «nuevo imperialismo [ya] no es… una relación entre amos imperiales y súbditos coloniales, sino una compleja interacción entre Estados más o menos soberanos». Alex Callinicos tiene la misma idea: «La jerarquía global de poder económico y político que es una consecuencia fundamental del desarrollo desigual y combinado inherente al imperialismo capitalista no se disolvió, sino que se complicó con la aparición de nuevos centros de acumulación de capital», produciendo lo que él llama subimperialismos, una amplia categoría que incluye Vietnam, Grecia, Turquía, India, Pakistán, Irán, Irak y Sudáfrica[15].

Sin embargo, las descripciones de Wood y Callinicos de las relaciones de poder son perfectamente razonables, ya que llegan en un momento de mayor imperialismo neoliberal multilateral, a medida que la era neoliberal-neoconservadora Clinton-Bush-Obama cobra fuerza y asimila a sus oponentes. Ese proceso de asimilación es crítico. El principal lugar para ello es el proceso de gobernanza mundial en relación con una serie de problemas políticos, económicos, sociales y medioambientales. Sería imposible hablar del imperialismo de posguerra sin su base económica multilateral en el sistema de Bretton Woods de 1944. De hecho, Smith es plenamente consciente de las muchas y complicadas formas en que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio (OMC) y los organismos de las Naciones Unidas siguen gestionando hoy las relaciones de poder imperial global en beneficio de las grandes corporaciones.

Entonces, ¿por qué estos acuerdos son tan difíciles de conceptualizar en el siglo XXI, en un momento en que Xi Jinping promueve seriamente la globalización corporativa contra el espectro de Trump de retirarse del comercio liberalizado, la gestión global del clima y otros usos del arsenal de poder blando del Departamento de Estado de Estados Unidos? Un grave defecto de Imperialism in the 21st Century es la incapacidad de Smith para lidiar con las instituciones de gobernanza mundial del siglo, especialmente la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y el G20 y el G8 (hasta 2014, y ahora G7 sin la Rusia de Putin). Si las hubiera tenido en cuenta, Smith podría haber encontrado su camino más allá del anticuado binario de naciones oprimidas y opresoras.

Por ejemplo, el papel del bloque BRICS en el multilateralismo imperialista requiere un tratamiento cuidadoso. Sin embargo, el bloque no recibe ni una mención de Smith. Para contextualizar, recordemos cómo en 2014 Barack Obama reveló a The Economist su agenda para incorporar a China en el sistema pseudomultilateral del imperialismo.

The Economist: … esa es la cuestión clave, si China termina dentro de ese sistema [de gobernanza global] o lo desafía. Creo que esa es la gran cuestión de nuestro tiempo.

Obama: Lo es. Y creo que es importante que Estados Unidos y Europa sigan dando la bienvenida a China como socio de pleno derecho en estas normas internacionales. Es importante que reconozcamos que habrá momentos de tensiones y conflictos. Pero creo que son manejables. Y creo que, a medida que China va dejando de ser simplemente el fabricante de bajo coste del mundo para querer ascender en la cadena de valor, cuestiones como la protección de la propiedad intelectual adquieren de repente más relevancia para sus empresas, no sólo para las estadounidenses[16].

Aunque Smith ignora a los BRICS como unidad de análisis o marcador de poder económico ascendente, la asimilación del bloque al imperialismo ha amplificado los procesos injustos y desiguales del orden mundial, especialmente en lo que respecta a las finanzas mundiales, el comercio y la gobernanza climática:

• La reestructuración del directorio del FMI de 2010-15 hizo que cuatro de los BRICS fuesen mucho más poderosos (por ejemplo, China en un 37 por ciento) pero a la mayoría de los países africanos con una cuota de voto mucho menor (por ejemplo, la de Nigeria cayó en un 41 por ciento y la de Sudáfrica en un 21 por ciento). Los directores de los BRICS acordaron en tres ocasiones (en 2011, 2015 y 2016) con sus homólogos occidentales respaldar el liderazgo de la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, a pesar de que fue procesada –y en 2016 declarada culpable de negligencia– en un caso de corrupción criminal de 400 millones de euros que se remonta a sus años como ministra de Finanzas francesa. Por otra parte, el Acuerdo de Reserva Contingente de 84.000 millones de euros de los BRICS refuerza al FMI al obligar a los prestatarios a obtener primero un préstamo del FMI antes de acceder al 70 % de sus contribuciones de cuota en tiempos de emergencias financieras, mientras que los líderes del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS –que no tiene supervisión de la sociedad civil– se jactan de acuerdos de cofinanciación y personal compartido con el Banco Mundial.

• La cumbre de la Organización Mundial del Comercio celebrada en Nairobi en 2015 acabó esencialmente con las subvenciones agrícolas y, por tanto, con la soberanía alimentaria, gracias a las alianzas cruciales establecidas con los negociadores de Washington y Bruselas, de los representantes de Brasilia y Nueva Delhi, con China, Sudáfrica y Rusia como cómplices.

• El Acuerdo de París sobre el Clima de la CMNUCC de 2015 dejó a África sin opciones de «deuda climática» frente a Occidente y los BRICS, ya que se prohíben las reclamaciones legales por responsabilidad de los firmantes. Tal y como prefiguró el papel de cuatro de los BRICS (con Obama) en el Acuerdo de Copenhague de 2009, los compromisos de París para la reducción de emisiones son demasiado pequeños y, en cualquier caso, no vinculantes. Las emisiones militares, marítimas y del transporte aéreo no están contempladas, mientras que los mercados de carbono sí lo están. Así pues, la catástrofe climática es inevitable, sobre todo en beneficio de un flujo residual de beneficios para las industrias de alto contenido en carbono de los países ricos y de renta media.

Las élites de los BRICS fueron aliados vitales de Occidente en cada paso reciente de mal gobierno global, sirviendo al poder de forma muy similar a como lo hicieron los líderes de los bantustanes sudafricanos durante el apartheid. Sin embargo, las victorias a corto plazo como en el FMI, la OMC y la CMNUCC que hoy benefician a sus corporaciones neoliberales, contaminantes y agencias paraestatales llegan en un momento difícil, dados los procesos de desglobalización: la disminución relativa del comercio (incluso antes de Trump), la inversión extranjera directa (IED) y las finanzas transfronterizas medidas en relación con el PIB. Del mismo modo, el pico del superciclo de las materias primas en 2011 y el posterior desplome de los precios mundiales de los minerales y el petróleo en 2015 no solo acabaron con la retórica de Africa Rising. Y lo que es igual de importante, dado que los precios altos reportan menos beneficios, muchas empresas transnacionales lo compensaron aumentando el volumen de extracción con el fin de obtener una mayor masa, no tasa de beneficios.

Las empresas de los BRICS ejemplifican la superexplotación

Las empresas de los BRICS se convirtieron en algunas de las corporaciones más superexplotadoras dedicadas a la acumulación no sólo en su propio territorio, sino también en África. Para ilustrar la extracción de excedentes, entre 2000 y 2014 el valor del comercio entre África y los BRICS aumentó de 28.000 millones de dólares a 377.000 millones, antes de caer en 2015 un 21% debido al desplome de los precios de las materias primas[17]. Los tratados bilaterales de inversión que facilitan estas transferencias de África a los BRICS son tan notoriamente unilaterales como los firmados con las potencias occidentales, según la principal estudiosa de este problema, Ana García[18].

Tomando el ejemplo de Mozambique, Carlos Castel-Branco muestra cómo sus gobernantes perseguían «la maximización de las entradas de capital extranjero –IED o préstamos comerciales– sin condicionalidad política» (gran parte del cual procedía de los BRICS, así como de Portugal) en un contexto superexplotador: «la reproducción de un sistema laboral en el que la mano de obra es remunerada por debajo de su coste social de subsistencia y las familias tienen que cargar con la responsabilidad de mantener (especialmente alimentar) a los trabajadores asalariados complementando sus salarios», un fenómeno común en todo el continente.

Aunque ocasionalmente puede haber alguna excepción[19], consideremos algunos de los ejemplos más atroces que afectan a los BRICS:

• La principal empresa constructora subimperial brasileña, Odebrecht, admitió haber pagado sobornos por valor de 51 millones de dólares a funcionarios de Angola y Mozambique (aunque es probable que las cantidades reales sean mucho más elevadas), y tanto Odebrecht como la segunda empresa minera del mundo, Vale, con sede en Río, se han enfrentado a protestas periódicas por los desplazamientos masivos en proyectos de construcción y explotaciones mineras de carbón en Tete (Mozambique), al igual que el Gobierno brasileño (que data del Partido de los Trabajadores) por la apropiación de tierras agrícolas por parte de la empresa ProSavana[20].

• Los acuerdos rusos sobre reactores nucleares de Rosatom en toda África –en Sudáfrica, Egipto, Ghana, Nigeria y Zambia– son cada vez más dudosos, especialmente después de que el único país con un reactor nuclear en funcionamiento, Sudáfrica, fuera testigo de un intenso debate debido en parte a la corrupción generalizada en la agencia encargada de su ejecución (Eskom). Como consecuencia de la creciente crisis fiscal, el acuerdo con Rosatom parece haberse desvanecido.

• Las empresas indias en África han sido especialmente explotadoras, encabezadas por el director ejecutivo de Vedanta, Anil Agarwal, al que pillaron presumiendo ante los inversores de haber comprado la mayor mina de cobre del continente por sólo 25 millones de dólares, tras mentir al presidente de Zambia, Levy Mwanawasa, y obtener cada año entre 500 y 1.000 millones de dólares en ingresos. Lakshmi Mittal, de ArcelorMittal, acusó incluso al ministro de Comercio de Pretoria de exprimir las operaciones de la importante siderúrgica sudafricana ISCOR. Los acuerdos de superexplotación de Jindal en Mozambique y Sudáfrica se critican con regularidad. Pero el modo de acumulación estatal y privado más atroz del capital indio en África debe ser la combinación de los hermanos Gupta y el Banco de Baroda (de propiedad estatal), cuya corrupción de la élite política gobernante de Sudáfrica condujo primero al saqueo masivo del sector público (y a flujos financieros ilícitos a través del Banco de Baroda) y después a la caída de Jacob Zuma y de políticos aliados, así como de otras empresas sudafricanas e internacionales atrapadas en la red de los Gupta (incluidas las corporaciones occidentales Bell Pottinger, KPMG, McKinsey y SAP).

• Las empresas chinas –tanto estatales como privadas– han sido acusadas de importantes abusos financieros, contra los derechos humanos, laborales y medioambientales en África, quizás de forma más espectacular en el caso de Sam Pa, cuyas operaciones incluían la extracción de diamantes en el este de Zimbabue. En 2016, incluso el presidente Robert Mugabe denunció que de 15.000 millones de dólares en ingresos, solo se contabilizaban 2.000 millones, en minas controladas principalmente por militares locales y empresas chinas. (A finales de 2017, el golpista Constantino Chiwenga viajó a Pekín y recibió permiso de los militares chinos para proceder al derrocamiento de Mugabe). En Sudáfrica, la empresa China South Rail Corporation desempeñó un papel importante en la red de corrupción de los Gupta, en relación con contratos multimillonarios de locomotoras y grúas de carga de buques con la empresa ferroviaria paraestatal Transnet.

• Las empresas sudafricanas tienen un historial de saqueo del resto del continente que se remonta a la Compañía Británica Sudafricana de Cecil Rhodes (siglo XIX), el imperio minero de Oppenheimer y, más recientemente, la presidencia de MTN, la mayor empresa de telefonía móvil de África, por parte del actual presidente Ramaphosa antes de 2012. Esta última se descubrió que –junto con otras dos empresas que dirigía, Lonmin y Shanduka en 2014-17– tenía cuentas extraterritoriales en Bermudas y Mauricio utilizadas para sacar fondos ilícitamente de África. Las élites empresariales sudafricanas figuran regularmente como las más corruptas del planeta en la encuesta bianual sobre Delitos Económicos de PwC, y un informe reciente muestra que «ocho de cada diez altos directivos cometen delitos económicos»[21].

Una vez obtenidos los beneficios en este proceso, se sustraen sistemáticamente mediante técnicas contables como la facturación errónea y otros sistemas de evasión fiscal. Los flujos financieros ilícitos que acompañan a la IED, observa Smith, son las Transferencias Netas de Recursos (TNR) «de los países pobres a los países imperialistas que en 2012 superaron los 3 billones de dólares». En concreto, las TNR de África «a países imperialistas (o paraísos fiscales autorizados por ellos) entre 1980 y 2012 ascendieron a 792.000 millones de dólares» (unos 25.000 millones anuales). Pero el juego de manos aquí es la capacidad de las élites locales –no sólo las corporaciones occidentales o de los BRICS– para acumular en paraísos fiscales en lugares como Mauricio (el principal centro de dinero caliente del continente africano). Esta parte del flujo de salida no es una función del «imperialismo», sino de la codicia local y los mayores beneficios obtenidos por una burguesía antipatriótica que puede mantener fondos en el extranjero (incluso ociosos), en lugar de invertir en las economías africanas cuyas monedas a menudo están perdiendo valor rápidamente[22]. La de Sudáfrica alcanzó un máximo de 6,3 R/$ en 2011, pero cayó a 17,9 R/$ en 2016 antes de recuperarse hasta el rango de 12 R/$ recientemente.

Naturalmente, la City londinense, Wall Street y Zúrich son lugares cruciales para el estacionamiento de flujos ilícitos. Pero también lo son los BRICS. La Comisión Económica para África de las Naciones Unidas calculó que durante el superciclo de las materias primas, de 2001 a 2010, se transfirieron ilícitamente desde África 319.000 millones de dólares. Estados Unidos fue el principal destino, con 50.000 millones de dólares; pero China, India y Rusia fueron responsables de 59.000 millones (Brasil no figura entre los 17 primeros y Sudáfrica no está incluida)[23].

Una de las refutaciones de Smith es que China también es una víctima de las salidas financieras ilícitas, no sólo un villano. Esto es cierto, ya que la fuga de capitales es una de las razones por las que el máximo de 4 billones de dólares en reservas de divisas de China en 2013 se redujo a 3,3 billones en 2016, a un ritmo que aumentó a una salida récord de 120.000 millones de dólares al mes a finales de 2015. La imposición por Pekín de controles cambiarios más estrictos a mediados de 2015 y principios de 2016 ralentizó el proceso. Pero con la ambiciosa Iniciativa «Un Cinturón, Una Ruta» (OBOR, por sus siglas en inglés) para avanzar hacia el oeste, habrá muchos más proyectos en los que el capital excedente identificará enclaves espaciales fuera de China. Global Financial Integrity midió los flujos financieros ilícitos anuales procedentes de China en una media de 140.000 millones de dólares entre 2003 y 2014. La cuestión, sin embargo, es que estos flujos no son necesariamente transferencias de «China» a los países «imperialistas», aunque las empresas occidentales sin duda transfieren todo lo posible a los países de origen (normalmente a través de royalties y licencias de I+D). Los flujos ilícitos medidos por Global Financial Integrity son, en parte, las propias estrategias de acumulación de las élites chinas.

Por desgracia, tanto Smith como Harvey ignoran otra salida vital de la riqueza de los países más pobres, en forma de recursos no renovables cuyo valor extractivo –denominado «capital natural»– no se compensa con la reinversión. El volumen de las pérdidas para África supera con creces las salidas financieras, y una gran parte va a parar a empresas de los BRICS. Esta categoría incluye el valor neto de la extracción de minerales, petróleo, gas y otros recursos no renovables que, entre 1995 y 2015, el Banco Mundial midió en su informe The Changing Wealth of Nations 2018 en más de 100.000 millones de dólares anuales procedentes del África subsahariana[24] (esta cifra no incluye el norte de África ni las cuentas de diamantes y platino debido a las definiciones regionales de las primeras y a las dificultades de medición de las segundas). La salida neta está por encima y más allá del aumento de la Renta Nacional Bruta y la inversión directa generada en el proceso de extracción, y supera con creces todos los demás mecanismos financieros a través de los cuales se drena la riqueza de África.

De hecho, en relación con el agotamiento de los recursos no renovables, un correctivo al debate Smith-Harvey procede del último libro de Amin, Modern Imperialism, Monopoly Finance Capital, and Marx’s Law of Value, en el que Amin reafirma tanto la superexplotación como las apropiaciones medioambientales como los dos procesos centrales del capitalismo mundial. Según argumenta

la acumulación capitalista se fundamenta en la destrucción de las bases de toda riqueza: los seres humanos y su entorno natural. Hubo que esperar siglo y medio para que nuestros ecologistas redescubrieran esa realidad, ahora cegadoramente clara. Es cierto que los marxismos históricos habían pasado en gran medida una goma de borrar por encima de los análisis avanzados por Marx sobre este tema y habían adoptado el punto de vista de la burguesía –equiparado a un punto de vista «racional» atemporal– respecto a la explotación de los recursos naturales[25].

La racionalidad capitalista consiste en explotar sin tener en cuenta el agotamiento de la mano de obra y de los recursos a lo largo del tiempo. El hecho de que China e India sean ahora los compradores más importantes de materias primas africanas exige repensar las formas en que la superexplotación de la mano de obra y la destrucción del medio ambiente se están viendo amplificadas por la ampliación del capitalismo fuera del núcleo histórico europeo, estadounidense y japonés. En conjunto, estos procesos generan una forma de acumulación subimperial que está implícita en la refutación de Harvey a Smith, cuando reconoce «complejas formas de producción, realización y distribución espaciales, interterritoriales y específicas de cada lugar». La extracción de recursos de África corre a cargo de este tipo de empresas, prosigue Harvey,

incluso cuando el producto final llega a Europa o Estados Unidos. La sed china de minerales y materias primas agrícolas (soja en particular) significa que las empresas chinas también están en el centro de un extractivismo que está destrozando el paisaje en todo el mundo… Un somero vistazo a las apropiaciones de tierras en toda África muestra que las empresas y los fondos de riqueza chinos están muy por delante de todos los demás en sus adquisiciones. Las dos mayores empresas mineras que operan en el cinturón de cobre de Zambia son indias y chinas.

Tal vez sea la anticuada línea de argumentación binaria Norte-Sur de Smith lo que le impide mencionar –y mucho menos comprender– la amplificación de los BRICS tanto de la superexplotación como de las crisis ecológicas, especialmente las relacionadas con África, o las aún mayores pérdidas netas de capital natural. Con todo, el libro de Smith reconoce otros aspectos cruciales del imperialismo que se examinan brevemente a continuación: la crisis de sobreacumulación, la financiarización y la remilitarización. Aun así, sin explorar estos aspectos de la economía política y la geopolítica imperialistas de un modo que incorpore el subimperialismo, el potencial de Smith para enfrentarse con la preocupación general de Harvey por el desarrollo geográfico desigual queda truncado.

Relaciones imperiales-subimperiales en una era de desglobalización, sobreacumulación, financiarización y remilitarización

Resulta crucial que el flujo y reflujo del capital en todo el mundo no sea solo de extensión espacial, sino también de contracción –incluidas las corporaciones subimperiales que operan en África–. Entre 2008 y 2016, la relación comercio/PIB mundial se redujo del 61% al 58%. Pero la tasa de comercio/PIB de China cayó del 53% al 36%; la de India, del 53% al 40%; la de Sudáfrica, del 73% al 60%; la de Rusia, del 53% al 45%; y la de Brasil, del 28% al 25%. En los dos primeros BRICS, la caída se debió a un reequilibrio a través de un mayor consumo interno en lugar de un crecimiento impulsado por las exportaciones. El descenso de las cuotas comerciales de Sudáfrica, Rusia y Brasil refleja el máximo de los precios de las materias primas justo antes del colapso financiero mundial de ese año, seguido de las recesiones posteriores.

Detrás de esto hay una crisis general de capital sobreacumulado, en gran medida debido a la excesiva expansión de las relaciones capitalistas en China, más allá de la capacidad de sus trabajadores y del mundo para consumir la producción. Un informe de 2017 del Fondo Monetario Internacional confirmó que los niveles de sobrecapacidad de China habían alcanzado más del 30 por ciento en carbón, metales no ferrosos, cemento y productos químicos en 2015 (en cada uno, China es responsable del 45-60 por ciento del mercado mundial). La subsiguiente contracción fue la razón central del desplome masivo de los precios de las materias primas en 2015. Larry Elliott, de The Guardian, resumió la preocupación del FMI por «los métodos utilizados para mantener la rápida expansión de la economía: un aumento del gasto público para financiar programas de infraestructuras y la voluntad de permitir que los bancos controlados por el Estado concedan más préstamos para promociones inmobiliarias especulativas». Otra técnica –la expansión de los mercados financieros para absorber la capacidad– también se volvió peligrosa, y el coeficiente de riesgo alto de los bancos chinos pasó del 4 por ciento en 2010 a más del 12 por ciento a principios de 2015.La financiarización es un síntoma de la sobreproducción mundial, en China y en muchos otros sitios. A pesar de que los activos financieros transfronterizos han caído del 58 por ciento del PIB mundial en 2008 al 38 por ciento en 2016, el rápido aumento de los flujos internos hacia los mercados emergentes de alto riesgo (alto rendimiento) y a pesar del aumento del endeudamiento global. En 2017, el Instituto de Finanzas Internacionales anunció que la deuda mundial alcanzó los 217 billones de dólares (327% del PIB mundial), frente a los 86 billones (246% del PIB) de 2002 y los 149 billones (276%) de 2007. Desde 2012, los mercados emergentes liderados por China han sido responsables de todo el aumento de la deuda neta.

La próxima recesión –que a mediados de 2017 los economistas de HSBC, Citigroup y Morgan Stanley reconocieron como inminente debido a unos mercados bursátiles enormemente sobrevalorados y a un endeudamiento empresarial sin precedentes– también confirmará cómo los optimistas se han sobreexpuesto a nivel local, incluso cuando pierden el apetito por los mercados globales. Las oscilaciones de principios de 2018 en los mercados bursátiles mundiales, incluidas las pérdidas de 4 billones de dólares en cuestión de días, señalan que no se hizo nada tras el colapso de 2008 para detener el estallido de las burbujas financieras.

Además, la desglobalización está ahora plenamente en marcha, al igual que en épocas anteriores como las décadas de 1880 y 1930. Por ejemplo, la IED anual fue de 1,56 billones de dólares en 2011, cayó a 1,23 billones en 2014, subió a 1,75 billones en 2015 y luego cayó a 1,52 billones en 2016, lo que supone un descenso como porcentaje del PIB del 3,5% en 2008 al 1,7% en 2016. Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, la atracción de África fue disminuyendo desde el máximo de 66.000 millones de dólares de entrada en 2008 hasta un nivel de 59.000 millones de dólares en 2016[26]. Aunque a principios de 2018 parecía estar en marcha una recuperación tardía, no hay esperanzas de un repunte decisivo en el horizonte, a pesar del bombo publicitario en torno a los megaproyectos de infraestructuras de China. La Iniciativa «Un Cinturón, Una Ruta» (OBOR, por sus siglas en inglés) tiene fama de restablecer cierta demanda del mercado de productos básicos relacionados con la construcción. Sin embargo, a un nivel estructural más profundo, China sufre el aparente agotamiento de anteriores fuentes de rentabilidad. El OBOR aparece como un espejismo potencial de 1 billón de dólares, y que de paso puede incluso resquebrajar a los BRICS, en caso de que la ruta del OBOR de Cachemira siga provocando un distanciamiento extremo entre Xi Jinping y Narendra Modi.

Otro desafío para China viene de dentro: el reflujo de las oportunidades de superexplotación debido al aumento de los salarios. Smith se muestra incrédulo: «Es cierto que los salarios ultrabajos de las naciones del Sur se están utilizando como garrote contra los trabajadores de las naciones imperialistas, pero es absurdo sugerir que el abismo Norte-Sur en salarios y niveles de vida se haya erosionado sustancialmente.» Sin embargo, los estudios sobre la renta mundial y la distribución de la «curva del elefante» de Branco Milanovic revelan un aumento de los salarios de estos trabajadores en comparación con las aristocracias laborales estancadas del Norte[27].

En este contexto, el estatus del subimperialismo es fluido, especialmente dentro de los profundamente divididos BRICS. Eso quedará patente en julio de 2018, cuando el bloque se reúna en Johannesburgo. El anfitrión sudafricano ya no es el falso antiimperialista Zuma, expulsado en un golpe de febrero de 2018 por Ramaphosa a pesar de rogarle que se quedara seis meses más para poder presidir los BRICS, lo que él cree que es su principal legado. Durante años, Zuma se quejó de que había sido «envenenado» por agentes occidentales –que trabajaron a través de su cuarta esposa a mediados de 2014– debido a su apoyo a los BRICS (efectivamente, fue envenenado y luego se recuperó en Rusia, pero aún no se sabe con certeza por qué ocurrió)[28] El líder brasileño Michel Temer será sustituido pronto como presidente, en una sociedad con una rampante autodelegitimación de las élites una vez que se impidió al candidato más popular, Lula da Silva, presentarse a las elecciones de octubre de 2018. Desde India, Modi ha abrazado abiertamente al régimen de Trump. Los liderazgos chino y ruso son notablemente estables: El cargo de primer ministro vitalicio de Xi fue otorgado a principios de 2018, justo antes de un arrollador triunfo electoral ruso de Putin (después de que a su principal oponente se le prohibiera concurrir) que parece prolongar su 18º año en el poder durante muchos más.

En este contexto, al menos, Smith plantea argumentos políticos válidos sobre el carácter de clase del expansionismo chino:

El imperialismo está inscrito en el ADN del capitalismo, y si China se ha embarcado en el camino capitalista, entonces también se ha embarcado en el camino imperialista… El capitalismo de Estado chino (a falta de un término mejor) muestra signos de desarrollar un desafío estratégico al dominio japonés, europeo y norteamericano en industrias clave…. Los trabajadores con conciencia de clase deben mantener la independencia de ambos bandos en este inminente conflicto… [oponiéndose] a la expansión capitalista china y a los intentos del Partido Comunista Chino de forjar una alianza con los regímenes capitalistas reaccionarios de Myanmar, Pakistán, Sri Lanka y otros países.

El ascenso de las potencias subimperiales y su dominación de las zonas del interior se está produciendo decididamente dentro del imperialismo y no contra él, y no sólo en términos de los procesos multilaterales mencionados anteriormente. El mundo es mucho más peligroso desde que los BRICS adoptaron su forma actual en 2010: en Siria y los Estados del Golfo, Ucrania, la península de Corea y el Mar de China Meridional. Incluso la frontera chino-india está plagada de enfrentamientos: a mediados de 2017 los enfrentamientos entre los dos gigantes en un oscuro puesto fronterizo de Bután estuvieron a punto de hacer descarrilar la reunión anual de los BRICS, y el boicot de Modi a la cumbre del OBOR en mayo de 2017 se debió a que el megaproyecto de Pekín invadía lo que Nueva Delhi considera su propia tierra de Cachemira, ahora en manos de Pakistán. Para Xi se trata del crucial territorio que une el oeste de China con el puerto de Gwadar, en el mar Arábigo. No hay solución a la vista.

Actuando como un bloque geopolítico, las intervenciones de los BRICS en materia de seguridad pública se han producido estrictamente en el contexto del G20: primero, para impedir que Barack Obama bombardeara Siria utilizando la presión ejercida en la cumbre del grupo más grande celebrada en septiembre de 2013 en San Petersburgo, y luego, seis meses más tarde en Ámsterdam, apoyando la invasión (o «liberación») rusa de Crimea una vez que Occidente hizo amenazas de expulsar a Moscú del G20 –al igual que Estados Unidos y Europa habían expulsado a Putin del G8, ahora G7–. Sin embargo, cuando Trump acudió a la cumbre del G20 celebrada el pasado mes de julio en Hamburgo, los líderes de los BRICS se mostraron extremadamente amables a pesar de los llamamientos generalizados a introducir sanciones antiestadounidenses (por ejemplo, impuestos sobre el carbono) debido a la retirada de Trump de los compromisos climáticos mundiales apenas un mes antes.

Afortunadamente para el sur de África, la remilitarización no es un factor importante en la geopolítica actual, en parte porque el régimen del apartheid dio paso a una democracia en 1994 y puso fin a las políticas de desestabilización. Más de dos millones de personas fueron asesinadas por los regímenes blancos y sus agentes en las luchas anticoloniales y contra el apartheid en primera línea durante los años setenta y ochenta. Más millones murieron en el este de la República Democrática del Congo (RDC) durante el periodo de extracción extrema de recursos de principios de la década de 2000, un proceso que continúa a niveles bajos. Las dos intervenciones armadas recientes de Pretoria en la región fueron para unirse a las tropas de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas en la RDC (2013-presente) y ayudar al asediado régimen autoritario de la República Centroafricana (2006-13). Ambos se consideran fracasos político-militares en la medida en que la violencia continúa en ambos sitios. En Bangui, la capital de este último país, más de una docena de soldados sudafricanos murieron en 2013 defendiendo a las empresas de Johannesburgo que perseguían lucrativos contratos, pocos días antes de una cumbre de los BRICS sobre la «Puerta de África» celebrada en Durban.

Marini, Katz, Amin, Prashad y Chibber sobre el subimperialismo en la coyuntura política

Mientras Smith y Harvey se enzarzan en un encarnizado debate, ¿qué han dicho de estos asuntos otros destacados colaboradores del Sur? Claudio Katz recordó simultáneamente en marzo de 2018 la contribución más conocida de Marini a la teoría marxista, a saber, la teoría del subimperialismo:

La simple polaridad centro-periferia es menos suficiente que en el pasado para entender la globalización. Las cadenas de valor han aumentado el peso relativo de los países semiperiféricos. Las empresas multinacionales ya no priorizan la ocupación de los mercados nacionales para aprovechar las subvenciones y las barreras aduaneras. Jerarquizan otro tipo de inversiones exteriores. En ciertos casos se aseguran la captación de recursos naturales determinados por la geología y el clima de cada lugar. En otras situaciones, aprovechan la existencia de grandes contingentes de mano de obra barata y disciplinada. Estas dos variantes –apropiación de las riquezas naturales y explotación de los asalariados– definen las estrategias de las empresas transnacionales y la ubicación de cada economía en el orden global… Este posicionamiento relegado se corrobora incluso en aquellas economías que lograron forjar sus propias empresas multinacionales (India, Brasil, Corea del Sur). Entraron en un campo monopolizado por el centro, sin modificar su estatus secundario en la producción globalizada.

Añade Samir Amin,

La actual ofensiva del imperialismo colectivo de Estados Unidos/Europa/Japón contra todos los pueblos del Sur camina sobre dos patas: la pata económica –el neoliberalismo globalizado impuesto como la única política económica posible– y la pata política –las continuas intervenciones que incluyen guerras preventivas contra quienes rechazan las intervenciones imperialistas–. En respuesta, algunos países del Sur, como los BRICS, caminan en el mejor de los casos sobre una sola pata: rechazan la geopolítica del imperialismo pero aceptan el neoliberalismo económico.

La agenda militarista del imperialismo está siendo ahora equilibrada de forma algo más eficaz por la armada china y los sistemas de misiles rusos, ambos capaces de llevar a cabo ataques debilitadores que eludirían la vigilancia estadounidense. Pero incluso rechazando la geopolítica del imperialismo, lo que destaca aún más es la asimilación de los BRICS a la política multilateral neoliberal. Y aunque Vijay Prashad no cree que los BRICS puedan «contrarrestar el dominio militar de Estados Unidos y la OTAN», y aunque «un poder militar abrumador se traduce en poder político», y aunque «los BRICS tienen pocos medios, en este momento, para desafiar ese poder», Prashad sí está de acuerdo en que los BRICS han aceptado el neoliberalismo económico:

El bloque BRICS –dada la naturaleza de sus clases dirigentes (y particularmente con la derecha ahora en ascenso en Brasil y en India)– no tiene alternativa ideológica al imperialismo. Las políticas nacionales adoptadas por los estados BRICS pueden describirse como neoliberales con características del Sur, con un enfoque en la venta de materias primas, bajos salarios para los trabajadores junto con el excedente reciclado convertido en crédito para el Norte, incluso cuando el sustento de sus propios ciudadanos está en peligro, e incluso cuando han desarrollado nuevos mercados en otros países, a menudo más vulnerables, que una vez formaron parte del bloque del Tercer Mundo…. De hecho, las nuevas instituciones de los BRICS estarán atadas al FMI y al dólar, no dispuestas a crear una nueva plataforma para el comercio y el desarrollo al margen del orden del Norte. El afán por los mercados occidentales sigue dominando la agenda de crecimiento de los Estados BRICS. Las inmensas necesidades de sus propias poblaciones no impulsan sus orientaciones políticas.

Vivek Chibber también ve a las élites de los BRICS como asimilacionistas, en una reciente entrevista sudafricana: «el mundo avanza hacia un conjunto de alineamientos políticos más multicéntricos. Desde el punto de vista económico, lo que estamos viendo ahora mismo es la convergencia de las clases dirigentes del Sur y del Norte globales en un comité común de intereses capitalistas globales. Eso, me parece, es un fenómeno nuevo».

Tales características del capitalismo global contribuyen en cierta medida a resolver las contradicciones que Smith y Harvey plantean en sus relatos. Y lo que es más importante, al definir más claramente la amenaza de los BRICS como un amplificador del imperialismo, no como un bloque alternativo, una crítica de la ubicación subimperial allanará el camino para una mejor comprensión por parte de las fuerzas anticapitalistas del mundo, de modo que no sea necesario sembrar más confusión sobre las posibilidades de aliarse con las élites de los BRICS (o, para el caso, de que las élites mundiales acepten un nuevo acuerdo global al estilo de Kautsky). Aunque en muchos casos existe un barniz «anticorrupción», el espacio democrático para la política progresista se está cerrando en la mayoría de los BRICS, junto con la intensificación de la explotación económica y el empeoramiento de las condiciones medioambientales.

Las primeras semanas de 2018 fueron testigo de la detención del popular expresidente de Brasil Lula da Silva cuando parecía probable que ganara las elecciones de octubre; la incapacidad de Putin para permitir una competencia electoral creíble; el creciente fascismo patrocinado por el Estado dentro de India; el fin de los límites de mandato en China al mismo tiempo que empeoraban la vigilancia y la represión; y un cambio de régimen popular en Sudáfrica que fue seguido inmediatamente por una intensa austeridad presupuestaria y un ataque al derecho de huelga de los trabajadores.

En la última semana de julio de 2018, cuando los jefes de Estado del bloque BRICS se reúnan en el distrito de negocios Sandton de Johannesburgo, la contracumbre de activistas e intelectuales radicales reunidos bajo el lema «BRICS-from-below» BRICS desde abajo] llevará adelante críticas tanto de la superexplotación local/regional, como de las amenazas ecológicas, los déficits democráticos y el proceso global que crea el subimperialismo de los BRICS. Los teóricos marxistas deberían plantearse cómo reconocer estos procesos tanto en la práctica como a través de una teoría más amplia del imperialismo.

 

Patrick Bond es profesor de economía política en la Wits School of Governance de la Universidad de Witwatersrand. Anteriormente estuvo asociado a la Universidad de KwaZulu-Natal, donde dirigió el Centro para la Sociedad Civil entre 2004 y 2016.

Notas

[1] John Smith, Imperialism in the 21st Century, New York: Monthly Review, 2016, p.104.

[2] Véase el intercambio completo en roape.net, John Smith, «David Harvey denies imperialism», roape.net, 10 January 2019, http://roape.net/2018/01/10/david-harvey-denies-imperialism/ [en español en nuestras páginas: https://espai-marx.net/?p=12878]; David Harvey, «Realities on the ground», roape.net, 2 February 2018, http://roape.net/2018/02/05/realities-ground-david-harvey-replies-john-smith/ [https://espai-marx.net/?p=12925]; John Smith, «Imperialist realities vs. the myths of David Harvey», roape.net, 19 March 2018, http://roape.net/2018/03/19/imperialist-realities-vs-the-myths-of-david-harvey/ [https://espai-marx.net/?p=12974] y una reciente intervención de Adam Mayer, «Dissolving Empire: David Harvey, John Smith, and the Migrant» roape.net, 10 April, 2018 http://roape.net/2018/04/10/dissolving-empire-david-harvey-john-smith-and-the-migrant/ [https://espai-marx.net/?p=13006]

[3] David Harvey, The New Imperialism, Oxford: Oxford University Press, 2003, pp.185-86.

[4] Las fases iniciales del debate se revisan en Patrick Bond y Ana García, BRICS: An anti-capitalist critique, Londres: Pluto Press, 2015; Patrick Bond, «BRICS banking and the debate over subimperialism». Third World Quarterly, 37, 4, 2016, pp.611-629, https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/01436597.2015.1128816; y Matthias Luce, «Subimperialism, the highest stage of dependent capitalism», en P. Bond y A. García (Eds), BRICS, Johannesburgo: Jacana Media, pp. 27-44.

[5]  Smith también menciona de pasada, pero no elabora teóricamente, una característica crucial del apartheid: la hegemonía militar regional, en la que Pretoria sirvió como gendarme local del imperialismo occidental durante la Guerra Fría, hasta la victoria cubano-angoleña en Cuito Cuanovale en 1988, que él juzga correctamente como un momento profundo en el cambio de poder que permitió la desracialización del subimperialismo sudafricano.

[6] Es una lástima que Smith –cuyo trabajo es tan impresionante sobre la superexplotación laboral– sea tan débil a la hora de incorporar el género, el medio ambiente y la esfera política en el núcleo de su análisis (como hace Harvey en su libro de 2017 Marx, Capital and the Madness of Economic Reason). Todo esto va de la mano, y en ese sentido su crítica a Harvey podría reforzarse, y sus análisis reconciliarse al menos parcialmente.

[7] John Saul and Patrick Bond, South Africa: The present as history, Oxford: James Currey, 2014.

[8] Harold Wolpe (Ed), The Articulation of Modes of Production, Londres: Routledge & Kegan Paul, 1980.

[9] Samantha Ashman, Ben Fine y Susan Newman (2011) «The crisis in South Africa: Neoliberalism, financialisation and uneven and combined development», en L. Panitch, G.Albo y V.Chibber (Eds.), Socialist Register 2011: The crisis this time, Londres: Merlin Press, 2010; Patrick Bond y Ashwin Desai, «Explaining uneven and combined development in South Africa», en B. Dunn (ed.), Permanent Revolution: Results and Prospects 100 Years On, Londres: Pluto, 2006, pp.230-245.

[10] Annette Kuhn y AnnMarie Wolpe (Eds), Feminism and Materialism: Women and modes of production, Londres: Routledge y Paul, 1978.

[11] Se trata de bantustanes [homelands] negros de base étnica, como KwaZulu, Transkei, Ciskei, Bophuthatswana, Venda y otras, a las que en su momento álgido se trasladó por la fuerza a cerca de la mitad de la población negra. Ahora están reincorporados dentro de las fronteras sudafricanas.

[12] Andrew Higginbottom, «The system of accumulation in South Africa: Theories of imperialism and capital», Économies et Sociétés 45, 2, pp.261-88.

[13] Entre sus muchos libros que hacen hincapié en la transferencia de valor de Sur a Norte se encuentra el más reciente, Samir Amin, Modern Imperialism, Monopoly Finance Capital, and Marx’s Law of Value, Nueva York: Monthly Review, 2018.

[14] Ruy Mauro Marini, «Brazilian interdependence and imperialist integration», Monthly Review 17, 7, 1965, pp. 14-24.

[15] Smith, Imperialism, p.352.

[16] The Economist, «Barack Obama talks to The Economist», agosto de 2014, https://www.economist.com/blogs/democracyinamerica/2014/08/barack-obama-talks-economist.

[17] Garth le Pere, «Can Africa truly benefit from global economic governance?», Global Policy Journal, 10 de marzo de 2017, https://www.globalpolicyjournal.com/blog/10/03/2017/can-africa-truly-benefit-global-economic-governance.

[18] Ana García, «BRICS investment agreements in Africa», Studies in Political Economy, 98, 1, 2017, pp.24-47, https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/07078552.2017.1297018?journalCode=rsor20

[19] La excepción más conocida a este proceso de superexplotación de África fue la adquisición –para decenas de millones de personas seropositivas– de medicamentos genéricos contra el sida, inicialmente a la farmacéutica india Cipla, con la ayuda de violaciones de la Propiedad Intelectual por parte del Gobierno brasileño. Pero en lugar de ser un ataque semiperiférico coordinado contra la OMC, se trató de un caso en el que la desmercantilización de una necesidad básica vital fue impulsada por activistas sudafricanos de la Campaña de Acción pro Tratamiento (que trabajaban contra la oposición del gobierno de Mbeki al suministro de los medicamentos). Los activistas obligaron a la OMC a conceder una exención a los medicamentos. Posteriormente, tanto el gobierno indio como el brasileño se volvieron mucho más conservadores en relación con la protección de los derechos de propiedad de las empresas.

[20] BBC, «Caso Odebrecht: Politicians worldwide suspected in bribery scandal», 15 de diciembre de 2017, http://www.bbc.com/news/world-latin-america-41109132; Judith Marshall, «Mozambican workers and communities in resistance», roape.net, 18 de marzo de 2016, http://roape.net/2016/03/18/mozambican-workers-and-communities-in-resistance-part-2/; Clemente Ntauazi, Resistance to ProSavana in Mozambique, Ciudad del Cabo: Programme in Land and Agrarian Studies, http://www.plaas.org.za/plaas-publications/ADC-pres-mozambique.

[21] Craig McCune y George Turner, «Ramaphosa and MTN’s offshore stash», Mail&Guardian, 9 de octubre de 2015, https://mg.co.za/article/2015-10-08-ramaphosa-and-mtns-offshore-stash; PwC, «Global economic crime and fraud survey», Johannesburgo, 2018, https://www.pwc.co.za/en/publications/global-economic-crime-survey.html

[22] Quizá el más conocido en Sudáfrica sea Cyril Ramaphosa; véase McCune y Turner, «Ramaphosa and MTN’s offshore stash»; Craig McKune y Andisiwe Makinana, «Cyril Ramaphosa’s Lonmin tax-dodge headache», Mail&Guardian, 19 de septiembre de 2014, https://mg.co.za/article/2014-09-18-cyril-ramaphosas-lonmin-tax-dodge-headache; y Micah Reddy, Rob Rose, Will Fitzgibbon, ICIJ y amaBhungane, «Paradise papers: Ramaphosa’s Shanduka deal flop», Mail&Guardian, 9 de noviembre de 2017, http://amabhungane.co.za/article/2017-11-09-paradise-papers-ramaphosas-shanduka-deal-flop.

[23] Simon Mevel, Siope Ofa y Stephen Karingi, «Quantifying Illicit Financial Flows from Africa Through Trade Mis-Pricing and Assessing Their Incidence on African Economies», presentación de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África (UNECA) en la Conferencia Económica Africana, Johannesburgo, 28-30 de octubre de 2013, http://www.afdb.org/en/aec/papers/paper/quantifying-illicit-financial-flows-from-africa-through-trade-mis-pricing-and-assessing-their-incidence-on-african-economies-945.

[24] Patrick Bond, «Economic narratives for resisting unequal ecological exchange caused by extractive industries in Africa», de próxima publicación en Review of Political Economy, julio de 2018.

[25] Amin, Modern Imperialism, p. 86.

[26] Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Informe sobre las inversiones en el mundo 2017, Ginebra, 2017, http://unctad.org/en/PublicationsLibrary/wir2017_en.pdf.

[27] Branco Milanovic, Global Inequality: A new approach for the age of globalisation, Cambridge: Harvard University Press, 2015. Sin duda, Milanovic ha sido criticado por C.P. Chandrasekhar y Jayati Ghosh. Véase C.P. Chandrasekhar y Jayati Ghosh, «How unequal are world incomes?», Network Ideas, marzo de 2018, http://www.networkideas.org/featured-articles/2018/03/how-unequal-are-world-incomes/.

[28] Gayton McKenzie, Kill Zuma By Any Means Necessary, Johannesburgo, ZAR Empire, 2017.

 

Fuente: Roape.net, 18 de abril de 2018. https://roape.net/2018/04/18/towards-a-broader-theory-of-imperialism/

6 comentarios en «Hacia una teoría más amplia del imperialismo»

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