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La verdadera historia del imperialismo: Un comentario sobre los debates recientes

James Parisot

Una nueva respuesta al debate que se inició en enero de 2018 con la publicación en las páginas de la Review of African Political Economy (ROAPE) de un artículo de John Smith critico con la visión de David Harvey sobre el imperialismo en el siglo XXI. Tras esa crítica inicial a la posición de Harvey, y la respuesta de este, publicamos la contraréplica de Smith. No hubo más intervenciones de ninguno de los dos, pero sí de otros autores que se incorporaron al debate. Empezamos con una primera respuesta de Adam Mayer a la que sigue la de Patrick Bond que es a su vez criticada por Walter Daum. Tras la intervención de Andy Higginbottom, quien hace un repaso a las intervenciones de varios de los anteriores autores, es Esteban Mora quien plantea una crítica a la orientación del debate. Esta crítica será respondida por una nueva intervención de Walter Daum. En la siguiente entrada, Esteban Mora responde a Walter Daum). Lee Wengraf se incorpora a la discusión con un artículo sobre la rivalidad de las que él considera potencias imperialistas mundiales en África.

En una importante contribución a nuestro debate sobre el imperialismo, James Parisot sostiene que la discusión se ha centrado en una variante no histórica y economicista del materialismo histórico que, al reducir el capitalismo a la relación capital-trabajo asalariado, acaba cometiendo una injusticia con la historia real del imperialismo y la expansión del capitalismo. Una historia completa del imperialismo es también una historia del capital explotando una amplia variedad de formas de trabajo racializadas y de género a lo largo de una compleja gradación que incluye a los trabajadores asalariados «libres», los esclavos y el trabajo doméstico no remunerado.

 

El continuo debate sobre el imperialismo contemporáneo desencadenado por las críticas de John Smith a David Harvey y la respuesta de Harvey en roape.net ha sido muy amplio y ha planteado muchas cuestiones importantes para el capitalismo global del siglo XXI. El debate se ha centrado principalmente en las ideas del libro de Smith Imperialism in the Twenty-First Century (El imperialismo en el siglo XXI) sobre cuestiones de explotación económica entre los países a los que se les sigue despojando de su riqueza a base de mano de obra muy explotada y poco valorada, y aquellos, como Estados Unidos, cuyas empresas generan grandes beneficios mediante transferencias de valor a lo que Smith denomina los «países imperialistas».

Las cuestiones centrales del debate giran en torno a las transferencias de valor: ¿hasta qué punto los «países imperialistas» generan riqueza mediante la superexplotación de la mano de obra mundial? ¿Hasta qué punto los capitalistas del Norte obtienen beneficios de ello? ¿Qué ha significado para ello el auge del capitalismo en Asia Oriental?

Sin embargo, la tendencia, sobre todo en la conceptualización de Smith, ha sido economizar el concepto de imperialismo. En otras palabras, el imperialismo se ve principalmente como un proceso económico a través del cual un país concreto extrae beneficios de los países explotados. Esto se repite de forma similar en el reciente libro de Usta Patnaik y Prabhat Patnaik A Theory of Imperialism, en el que el imperialismo se considera principalmente un proyecto económico.

En ambos casos, el objetivo es desarrollar una comprensión concreta del imperialismo y actualizar las teorías marxistas clásicas del imperialismo para el capitalismo actual. Como dicen Patnaik y Patnaik, «la economía no contempla el capitalismo tal y como ha existido realmente». Su objetivo es corregir esta situación. Pero, me atrevería a argumentar, ambos relatos recaen en última instancia en una variante no histórica y economicista del materialismo histórico que, al reducir el capitalismo a la relación capital-trabajo asalariado, acaba cometiendo una injusticia con la historia del imperialismo en sí misma. Y lo que es más importante, la historia del imperialismo es también la historia del capital que explota una amplia variedad de formas de trabajo racializadas y de género a lo largo de una compleja gradación que incluye a los trabajadores asalariados «libres», los esclavos y el trabajo doméstico no remunerado.

En términos más generales, el objetivo de Marx en El Capital era criticar la economía política para superarla. En cambio, muchas variantes del marxismo han quedado atrapadas dentro de una economía política alternativa, como señaló E.P. Thompson hace décadas. Sin embargo, para seguir avanzando y ampliando el «nivel de abstracción» –y avanzar hacia lo concreto– también es necesario ir más allá de una concepción del capital centrada en el trabajo asalariado y el capital.

Patnaik y Patnaik insinúan esto en cierto modo cuando argumentan que «además de la relación capital-trabajo asalariado» el imperialismo trabaja para empobrecer a los pequeños productores de mercancías del mundo. Esto podría conducir potencialmente a un argumento en el que otras formas de trabajo, además del trabajo asalariado, se consideren históricamente parte del capitalismo. Pero gran parte del resto de su exposición se queda en el debate, por ejemplo, sobre las formas en que la clase asalariada «metropolitana» depende de una clase asalariada peor pagada en la periferia. Así, mientras que los autores podrían ampliar potencialmente la cuestión de las diversas formas de trabajo del capitalismo, vuelven a un análisis abstraído puramente al nivel de la economía, con lo que tienden a volver a lo que el materialismo histórico tiene el potencial de criticar.

En el relato de Smith, él define el capitalismo principalmente a lo largo de la clásica discusión marxista sobre la circulación del capital D-C-D. Para Smith, el capital mercantil se caracteriza por «comprar barato vender caro» en oposición al capitalismo real, definido por la plusvalía extraída por el capital de los trabajadores asalariados. Una vez más, el capitalismo se define abstractamente, esencialmente como la relación capital-trabajo asalariado. Y el imperialismo, en este sentido, trata principalmente de cómo el capital en los «países imperialistas» explota la mano de obra en diferentes partes del mundo hasta diferentes extremos.

El relato de Harvey, escrito hace década y media, presenta un enfoque algo más matizado. Lo más importante es que intenta aunar la cuestión del afán de lucro del capital con un análisis del afán de control y expansión territorial del Estado. El relato de Harvey también va más allá del economicismo al examinar las cuestiones del militarismo, el nacionalismo y el racismo con mayor o menor detalle, y considera que todos ellos son aspectos históricamente específicos del imperialismo. El marco marxista que Harvey utiliza en toda su obra –no sólo en este libro– vuelve a centrar el capitalismo en la relación capital-trabajo asalariado. Además, históricamente hablando, la distinción entre una lógica territorial de la política y una lógica económica del capital puede no ser tan clara, como se discutirá más adelante.

Capitalismo e imperialismo más allá del trabajo asalariado

Como ha escrito Jairus Banaji, los modos de producción no son lo mismo que las relaciones de explotación. En otras palabras, el capitalismo no ha explotado históricamente sólo un tipo de trabajo, sino una variedad. Esto ha incluido, como las feministas marxistas han discutido desde la década de 1970, el trabajo doméstico no remunerado de género, y también una amplia variedad de formas de trabajo coaccionado, desde el trabajo en régimen de servidumbre a la esclavitud. Históricamente, el capital ha subsumido formas de trabajo preexistentes, las ha sometido «formalmente» a su control y las ha rehecho gradualmente para crear beneficios a través de la explotación de diferentes tipos de trabajo social.

En términos más generales, dentro del materialismo histórico se trata de un problema histórico. Con demasiada frecuencia, las lecciones de El Capital de Marx se han extrapolado y forzado sobre la historia «realmente existente» del capitalismo. El resultado ha sido que los «orígenes del capitalismo» están preenmarcados como una búsqueda de la generalización de la relación capital-trabajo asalariado y la dependencia del mercado. Esto también ha conducido a la distinción demasiado tajante entre el llamado capital mercantil y el capital industrial productivo. Pero en el caso, por ejemplo, de la colonización de (lo que se convirtió en) Estados Unidos, las divisiones entre capital mercantil y capital industrial o productivo nunca fueron tan claras. Las sociedades anónimas que trajeron colonos blancos –o lo que podríamos llamar mejor colonos europeos en el proceso de inventar la «blancura»– lo hicieron para obtener beneficios. En el caso de Virginia, la Compañía de Virginia no era simplemente «capital mercantil»; la propia compañía, desde el principio, dirigió realmente la colonia con el objetivo de generar beneficios, independientemente del tipo de mano de obra dominante. Y cuando la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales fundó Nueva Holanda (que acabó perdiendo frente a los británicos, convirtiéndose en Nueva York), el objetivo era construir una colonia rentable utilizando diversas formas de mano de obra, incluidos los trabajadores asalariados contratados y endeudados y los esclavos.

Y aunque la esclavitud era un tipo de trabajo desigual, ya que los esclavos trabajaban en condiciones que iban desde haber sido comprados por pequeños agricultores parcialmente autosuficientes hasta en grandes plantaciones, en las plantaciones la esclavitud era una forma de capitalismo calculado. Además, no toda la esclavitud era agraria; en algunos casos, los esclavos trabajaban en fábricas, construían ferrocarriles, etcétera. En estos casos, no era raro que las empresas utilizaran indistintamente trabajadores asalariados y esclavos, o que asignaran trabajos diferentes a cada categoría laboral, ya que para las empresas capitalistas el objetivo era el beneficio, independientemente de la forma de trabajo concreta. Hasta cierto punto, la esclavitud organizada racialmente podría incluso considerarse una forma inusualmente «pura» de capitalismo, ya que todo el cuerpo del esclavo es propiedad del capitalista, no sólo su fuerza de trabajo y su tiempo.

Y fue una mezcla de capitalismo y formas complejas de trabajo lo que impulsó el imperialismo a través del Imperio Americano en expansión. Durante gran parte de esta historia, hasta las décadas anteriores a 1900, diferentes fuerzas sociales empujaron la expansión hacia el oeste. El capitalismo siempre estuvo ahí, especialmente en el sur de las plantaciones, pero era algo menos dominante en el norte. Una «sociedad con capitalismo» se convirtió en una «sociedad capitalista» a medida que, con el tiempo, los pequeños productores de mercancías del norte se vieron empujados hacia las relaciones capitalistas. Esto ocurrió de diversas maneras, desde las deudas que empujaron a los agricultores hacia la producción de mercancías, hasta el aumento de los costes de la tierra y la disminución de su disponibilidad, pasando por los especuladores capitalistas que se hicieron con el control de las tierras occidentales, y así sucesivamente. Y, por supuesto, el imperio se construyó mediante la eliminación racialmente organizada de los pueblos nativos.

Pero en el sur de Estados Unidos, por ejemplo, las cuestiones del imperialismo y el capitalismo son inseparables de la cuestión de la esclavitud. Estados como Texas se incorporaron al Imperio estadounidense en expansión como estados esclavistas a medida que la esclavitud de las plantaciones capitalistas se desplazaba hacia el oeste para generar beneficios: aquí el capital presionó para adquirir nuevas tierras, lo que impulsó la guerra y el imperialismo contra México y los grupos nativos americanos de la zona.

Del mismo modo, gran parte del lejano oeste, lugares como Montana, Colorado y California, se incorporaron al imperio a través del imperialismo impulsado por el capitalismo. En particular, el Estado buscó y colaboró con el capital para localizar zonas rentables de extracción de recursos en, por ejemplo, la industria minera. Así, la conquista imperial del espacio fue impulsada por el capital. Pero los tipos de mano de obra utilizados en la construcción de esta región incluían, por ejemplo, la mano de obra coolie china, ya que, una vez más, el capital buscaba las formas de mano de obra racializada más eficaces y rentables que pudiera, no sólo el trabajo asalariado tradicional.

A este respecto, también, la cuestión de una lógica político-territorial de expansión distinta y una lógica capitalista de poder sigue siendo borrosa. Muy a menudo, los agentes políticos y los agentes económicos no estaban separados, como tampoco lo estaban las instituciones que participaban en la expansión. Aunque Harvey ha sugerido que los agentes de la política y la economía en el capitalismo son diferentes, y que los políticos pretenden aumentar su poder a través de otros Estados, mientras que los capitalistas buscan nuestro beneficio (y el imperialismo está impulsado por las interconexiones entre ambos) en la práctica estas líneas siguieron siendo históricamente borrosas. En la historia de la expansión americana muy a menudo los especuladores y capitalistas trasladados al oeste fueron las mismas personas que construyeron gobiernos en nuevas áreas, y la autoridad política se construyó con el objetivo de estabilizar sus intereses capitalistas. En otras palabras, al igual que no se puede decir realmente que los intereses políticos de Donald Trump como presidente sean distintos, exactamente, de sus intereses empresariales, los registros muestran que los especuladores se trasladaron a la frontera y formaron estados y se convirtieron en políticos con el objetivo primordial de generar beneficios a partir de las tierras adquiridas a los nativos americanos desposeídos.

Lo que esta historia muestra, por tanto, es que algunos de los análisis expuestos anteriormente han enmarcado demasiado estrechamente la cuestión del imperialismo como impulsada principalmente por el capital y el Estado que utilizan el trabajo asalariado. En otras palabras, una visión economicista del capitalismo derivada de El Capital de Marx ha sustituido a una perspectiva real basada en la historia sobre la historia del capitalismo y el imperialismo. El resultado es, esencialmente, un concepto antihistórico y erróneo del imperialismo.

Y aunque en nuestra era parece, hasta cierto punto, que el trabajo asalariado se ha convertido en la forma dominante del trabajo capitalista, la esclavitud sigue persistiendo de diferentes maneras. El trabajo capitalista, por lo demás, rara vez alcanza el nivel de «pura» libertad que sugieren las perspectivas económicas; los trabajadores tienden a verse obligados a trabajar mediante el endeudamiento, el control estatal y la coacción. La Organización Internacional del Trabajo, por ejemplo, estimó en 2016 que casi 25 millones de personas en todo el mundo siguen trabajando como trabajadores forzados en condiciones similares a la esclavitud. Se trata principalmente de personas que viven en países pobres y a menudo trabajan en empleos de extracción de recursos, ya que en estos casos puede ser posible examinar las formas en que el imperialismo en el norte global se beneficia del trabajo forzoso en el sur global. En otras palabras, incluso hoy en día, una teoría del imperialismo necesita dar cuenta de la persistencia de formas de trabajo coaccionado y no asalariado o en régimen de servidumbre.

En resumen, esta entrada ha sugerido que las cuestiones del capitalismo y el imperialismo debatidas en roape.net son inseparables de la historia de las formas de trabajo racializadas y de género que incluyen y van más allá del trabajo asalariado que el capital ha explotado históricamente. El imperialismo sigue siendo un proceso estructurado más allá del trabajo asalariado, y los relatos que lo economizan en exceso pasan por alto, en muchos aspectos, los aspectos más profundos y malignos de la explotación del capitalismo: las formas en que el capitalismo conquista no sólo el tiempo de trabajo de los pueblos del mundo, sino todos los aspectos de sus vidas. No todos los trabajadores sometidos al capital tienen siquiera el lujo de pasar 40 horas a la semana explotados directamente por el capital, y el resto de sus vidas consumiendo para que el capitalismo siga funcionando. Más bien, históricamente, el capitalismo y el imperialismo han descansado sobre una base de trabajo racializado y de género totalmente forzado, y continúan haciéndolo.

James Parisot enseña actualmente en el departamento de sociología de la Universidad Drexel de Filadelfia, Pensilvania, y es autor de How America Became Capitalist: Imperial Expansion and the Conquest of the West.

Fuente: ROAPE – 28 de febrero de 2019 (https://roape.net/2019/02/28/the-real-history-of-imperialism-a-comment-on-recent-debates/)

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