Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (I)
Salvador López Arnal
José Luis Martín Ramos es catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus investigaciones se han centrado en la historia del socialismo y el comunismo. Sus últimas obras son El Frente Popular: victoria y derrota de la democracia en España (2016) y Guerra y revolución en Cataluña, 1936-1939 (2018).
Centramos nuestras conversaciones en su último libro publicado: Historia del PCE, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2021, 254 páginas.
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Una historia del PCE el año del centenario de su fundación. ¿Un regalo, un reconocimiento a una historia y a sus militantes?
Solo he pretendido aportar un ensayo, una síntesis interpretativa, a la conmemoración de ese centenario, que se sumará a otras publicaciones. Va implícito que es un reconocimiento a la aportación del PCE -a sus militantes, que son los que constituyen ese partido- a la historia de España y de su movimiento obrero. El lector juzgará lo demás.
Para conocimiento de nuestros lectores: Historia del PCE está estructurado en una presentación, tres partes («El nacimiento de un partido nuevo»; «De la soledad al frente popular»; «Entre democracia y socialismo»), cada una de ellas compuesta de tres capítulos, un epílogo y la bibliografía.
Abres el libro con esta dedicatoria: «A Salvador Jové, Pere Gabriel, Pau Verrié y Alberto Ortega, compañeros del Comité de Estudiantes del PSUC, en 1966». ¿A qué os dedicabais el comité de estudiantes del PSUC en aquel lejano 1966, el año de la fundación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB)?
El Comité al que me refiero es el de la primera mitad del curso 1966-1967. Salvador Jové, Pau Verrié y Pere Gabriel, habían formado parte también del del curso anterior, que es cuando se funda el SDEUB en la asamblea de Capuchinos; no obstante, la decisión que se toma al comienzo del curso de 1966-1967 de rechazar la constitución de las Asociaciones Profesionales de Estudiantes, propuestas por el Ministerio de Educación, fue lo que garantizó la continuidad del SDEUB y la extensión del modelo de sindicato democrático, al margen y en contra del régimen, a toda la universidad española. A eso nos dedicamos nosotros; a eso y a intentar contrarrestar la represión contra los representantes de los estudiantes. El desafío de un sindicato de masas, ilegal pero no clandestino, en plena dictadura, no pudo prosperar más allá de cuatro cursos. Sin embargo, ese hecho expulsó políticamente a la dictadura de la universidad. Es algo muy importante. El franquismo perdió uno de sus recursos más importantes para su continuidad; no perdamos de vista la importancia que el fascismo europeo, el alemán, el italiano, dieron desde el primer momento a la educación y al control de la universidad. Desde aquel momento la dictadura tuvo a la universidad en su conjunto en contra, estuviera más o menos movilizada. En el libro explico que el mérito fue de todos los estudiantes que participaron y de las organizaciones de estudiantes del PSUC y del PCE que fueron los que promovieron ese proyecto rupturista. No todas las formaciones antifranquistas estuvieron de acuerdo y en cualquier caso fueron los comunistas quienes lo impulsaron. Y Manuel Sacristán (1925-1985), como sabes, dirigente del PSUC, fue quien escribió el Manifiesto «Por una universidad democrática», su documento fundacional.
El texto que citas está incluido en sus Intervenciones políticas, Barcelona: Icaria, 1985, pp. 50-61. También S. López Arnal (editor), Universidad y democracia. La lucha estudiantil contra el franquismo, Vilassar de Dalt: El Viejo Topo, 2016, pp. 156-173.
Tu historia del PCE, ¿incluye también al PSUC o el Partido de ls comunistas catalanes es un caso aparte?
Se hace alusión al PSUC en diversos momentos, pero esta es una historia del PCE. No es que la historia del PSUC sea caso aparte. Quizás lo sea durante la guerra civil, cuando nace como unificación de organizaciones socialistas y comunistas, en un contexto de expectativa sobre la la fusión también del PSOE y del PCE, pero esa expectativa no se cumplió y esa es otra historia larga que ahora no es posible resumir en dos líneas; después de la guerra civil el PSUC se integró en la Internacional Comunista y pasó a ser la organización comunista en Cataluña. Como organización tuvo su propia historia particular, sobre la que existen diversos estudios historiográficos, aunque no todavía una historial general de síntesis.
Nadie mejor ubicado que tú para esa historia general de síntesis.
A quién va dirigido tu libro? ¿A historiadores, a especialistas, a gente muy puesta en el tema?
Nuestra pretensión, la de la editorial y la mía es que pueda ser leída por gente interesada en el tema, sin más. No se requieren grandes conocimientos concretos. Para leerlo no se necesita estar muy puesto, ni mucho menos ser historiador; aunque estos también puede ser una parte de la gente interesada.
Comentas en la presentación que el libro es producto de tus propias investigaciones, en particular sobre la historia del partido entre 1919 y 1939. ¿Por qué esa época especialmente? ¿La que tienen más interés tal vez? ¿Son los años en los que el PCE jugó un papel más destacado?
No, el PCE tiene en mi opinión, y así lo escribo en el libro, dos momentos culminantes, de mayor influencia en la sociedad española, el del Frente Popular que incluye el período de la guerra civil y se cierra en 1939 y el de la lucha contra la dictadura franquista y por el restablecimiento de un sistema político de libertades democráticas, de mediados de los años cincuenta hasta el inicio de la transición tras la muerte del Dictador. Eso no quiere decir que en su propia historia solo puedan destacarse esos dos momentos: para ella son también muy importantes la etapa de la fundación y la etapa que se abre bajo la secretaria general de Gerardo Iglesias y se desarrolla con Anguita en la que –a diferencia de otras experiencias comunistas europeas– ni se enquista en una supervivencia aislada ni se autodestruye, sino que decide mantenerse e impulsar un proyecto nuevo que es el de Izquierda Unida. Todas ellas, la de máxima proyección social y las de consecuencias propias fundamentales –nacimiento y continuidad– son importantes. Lo que señalo es para que el lector pueda tener el dato sobre mi trayectoria investigadora particular, nada más, para que se remita a mis trabajos como fuente bibliográfica principal –no única, desde luego– para ese período. A partir de 1939 mis fuentes son la bibliografía publicada y mis recuerdos –mi memoria histórica particular– a partir de aquel año en que fui incorporado al Comité de Estudiantes.
En 1966. Señalas también que consideras que el trabajo científico, y escribir historia, afirmas, también lo es, no anula al investigador-autor, sino todo lo contrario: es hijo de él y del mundo en que vive. ¿Valdría lo mismo para cualquier otra ciencia? ¿Un físico, por ejemplo, se expresaría en esos términos?
No tengo ninguna duda. Aunque sé que hay científicos que pretender vivir en un mundo neutro, no social, no histórico, que no existe; y hay historiadores que niegan que el oficio de historiar sea también un oficio científico. Para mí lo es, en sus objetivos y sus métodos –y me remito siempre a la gran lección de Marc Bloch- y se desarrolla desde luego en el mundo en el que vive y entre sus concepciones, algunas distintas y otras contrapuestas. Newton tenía su concepción del mundo, Darwin tenía su concepción del mundo, la de ambos no era exactamente la de Einstein, y todas ellas intervienen, en mayor o menor medida, en su manera de hacer ciencia y en la formulación de sus conclusiones. Como cualquier historiador, que si desprecia el oficio científico está haciendo mala historia u otra cosa. O si niega tener una determinada concepción del mundo y reconocer determinados valores o que estos intervengan en la historia que escribe se engaña. Los mecanismos y las formas de intervención pueden ser diferentes entre las diversas ciencias, pero se produce en todas ellas.
La historia no es la reproducción del pasado; es una reconstrucción del pasado. Y como reconstrucción se expresa en forma literaria, pero no es literatura de ficción.
¿En qué puede notarse tu personalidad y tu mundo en el libro que has escrito? ¿Tu mirada es entonces una mirada subjetiva?
Es una mirada de sujeto. No es –no pretende ser– una mirada subjetiva, en la acepción peyorativa del término. Es objetiva, porque mis análisis y mis interpretaciones pueden ser, comprobados, aceptadas o discutidas a través del uso de las fuentes, primarias y secundarias, que comparto con el lector. Y lo es aún más, porque advierto al lector que la mía no es una mirada ciega, sin pensamiento y sin experiencia social.
Afirmas también que «el neutralismo es una falacia y que la verdad científica es la mayor aproximación a la realidad». ¿Por qué el neutralismo es una falacia? ¿Qué hay de malo en el neutralismo?
Me estoy refiriendo a la pretensión neutralista en el trabajo del historiador. No lo es porque el tema de la historia es la historia de la sociedad, del género humano en sociedad, y hasta el presente el género humano en sociedad no ha sido un cuerpo compacto, homogéneo, sino todo lo contrario, una agregación con intereses diferentes y contrapuestos de subgrupos de género, sociales, de creencias y convicciones, de identidades comunitarias… El historiador es un componente vivo de esa sociedad, no es una máquina, no es un robot, sin subgénero, sin pertenencia social, sin creencia y convicciones, sin identidades.
Pretender estar por encima de todo ello es una soberbia patética o un autoengaño. Objetivamente es falso, es una falacia.
Hablas del uso de una metodología objetiva, transparente y compartible. ¿Qué entiende por esa metodología un historiador con amplia experiencia como tú?
La elección y discriminación del dato, el uso crítico de las fuentes, que incluye su contextualización, la consideración de los análisis y las interpretaciones de otros historiadores y la exposición comprensible y compartible de la conclusión del trabajo.
Citas a Marc Bloch (lo acabas de hacer), su libro sobre el oficio del historiador y su primera regla: solo se puede sostener aquello que está sustentado en el uso crítico de la documentación. ¿No podemos perdemos mucho con ello? ¿No hay mucha historia vivida, incluso protagonizada por anónimos, que apenas queda registrada en documentos?
Para empezar, la documentación no es solo la escrita, hay también documentación material y, desde que se descubrieron las grabadoras de voz y de imágenes, documentación oral y visual. Toda ella ha de ser utilizada no en su literalidad sino en la información que contenga que sea contrastable, compartible. La historia protagonizada por anónimos deja de una manera u otra su huella en la actividad social, aunque no lleve nombre y apellidos. Lo que importa para la historia es esa actividad social. Si se prescinde de la documentación, no se hará historia, se estará haciendo ficción.
La novela histórica puede prescindir de la documentación y ser una excelente novela. Pero es eso, novela, cuento, no historia.
¿Cómo debemos entender crítico en ese uso crítico de la documentación al que haces referencia?
El análisis de la calidad de la documentación, que no sea falsa. Por ejemplo, no puede aceptarse el Protocolo de los Siete Sabios de Sión porque sabemos que fue una invención de la policía zarista. La contextualización del documento: en qué momento, por quien, con qué objetivo y de qué modo se convirtió en documento. El contraste de ese documento con otros y con la imagen que dibuja el conjunto de documentos sobre un hecho o un conjunto de hechos.
¿Queda mucho por investigar en la historia del PCE?
Desde luego. Tenemos un conocimiento muy desigual de sus diferentes períodos; muy insuficiente de su militancia a lo largo de cien años, hemos de convertir los números en lo más aproximado al perfil de persona concreta. Hablando de una organización que durante mucho tiempo formó parte de otra organización, la Internacional Comunista, el movimiento comunista internacional, nos falta saber mucho de su intrahistoria. Hemos de poder acceder, sin trabas, a los archivos de la Internacional y del estado soviético. Y nos falta por saber mucho de la relación entre el partido y el estado, entre el partido y la sociedad, y para ello también han de accederse a archivos españoles de todo tipo, sin trabas. Los jóvenes historiadores a los que les interese el tema tienen todo un mundo por ganar.
Déjame citar para finalizar esta primera conversación –continuamos con el primer capítulo: «El partido de la revolución mundial»–, unas palabras tuyas de la presentación: «Quedo en última instancia a disposición del lector, que será el juez de mi obra, y de todo el que quiera debatirla desde el respeto y el debate objetivo; eso en la medida de mis fuerzas y del tiempo que quede». Hasta pronto.
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